Por Ana Prada.
Recuerdo cuándo estaba en segundo semestre de la univerisdad, cursaba la materia de Procesos y Teorías Administrativas, una materia que me gustó tanto que la vi dos veces. Nuestra profesora siempre nos decía «busquen hacer negocio en algo que tenga que ver con alimentos, eso siempre es rentable, las personas pueden dejar de necesitar carros, ropa, todo menos comida, ahí siempre van a tener un mercado».

Tuvieron que pasar diez años para que entendiera la profundidad y crudeza que hay detrás de esa afirmación, la industria alimentaria es en potencia impresionantemente rentable y como extensión de una especie que suele privilegiar el beneficio personal, es también, una industria que fomenta la desigualdad en el mundo. Con este telón de fondo quiero reflexionar sobre cuán valiosa ha sido la Declaración de los Derechos Campesinos y Campesinas, aprobada el pasado 19 de noviembre por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, tras haber sido sometida a voatación, la adopción se hizo formal el 17 de diciembre con 121 votos a favor, 54 abstenciones y 8 votos en contra, cabe mencionar que Colombia se abstuvo de votar.
«la industria alimentaria es en potencia impresionantemente rentable y como extensión de una especie que suele privilegiar el beneficio personal, es también, una industria que fomenta la desigualdad en el mundo.»
La Declaración de las Naciones Unidas, es el marco político que nos permite defender los derechos a la tierra, las semillas, la biodiversidad, los mercados locales y entre otros de los campesinos, campesinas y trabajadores rurales. Sin embargo, aún queda camino por andar, la Declaración sea se convertirá en una herramienta para que los y las campesinas y las personas que trabajan en las zonas rurales en el mundo puedan incidir en cuestiones políticas con un mayor reconocimiento.

Aún no existe una versión disponible al público sobre la Declaración aprobada, sin embargo, el proyecto revisado de Declaración presentada en febrero consta de 28 artículos, que incluyen una definición de campesino, las obligaciones de los Estados en relación a los derechos de los campesinos, los derechos culturales y conocimientos tradicionales, el derecho a la educación y formación, derecho a la diversidad biológica, derecho a la semillas, entre otros elementos. La Declaración que aún no es vinculante para los Estados que pertenecen a las Naciones Unidas, ofrecería mayores herramientas para que los campesinos participen en la vida política y económica de sus países, busca equilibrar la balanza del lado de quiénes nos alimentan, en un mundo en el que la creciente mercantilización de la alimentación obstaculiza la seguridad y soberanía alimentaria mundial.
«ofrecería mayores herramientas para que los campesinos participen en la vida política y económica de sus países, busca equilibrar la balanza del lado de quiénes nos alimentan, en un mundo en el que la creciente mercantilización de la alimentación obstaculiza la seguridad y soberanía alimentaria mundial. «
Tradicionalmente, el pequeño productor ha sido marginado en la vida política, social y económica. El juego de exclusión de las formas culturales campesinas ha sido una estrategia implementada por las élites mundiales para el dominio de la tierra y sus factores de capital, para la muestra un botón: la expansión de la frontera agrícola en Colombia ha sido liderada por campesinos o «colonos» que huyendo de la violencia y buscando condiciones dignas para vivir comienzan a cultivar en nuevos territorios, así es, el desplazamiento forzado no es nuevo en Colombia, lo novedoso son las formas y los actores involucrados.

El discurso de desarrollo y de la modernidad ha calado de manera tan exitosa en las sociedades latinoamericanas que pese al pasar de los años no hemos encontrado la manera de resolver la dicotomía progreso=urbano vs. atraso=campo, cuándo nuestra identidad viene de aquello que reconocemos como atraso, como indeseable, nos suele costar aprender a sentirnos orgullosos de nuestras raíces, que nos enseñan a negar para abanderarnos del progreso, una promesa de un futuro deseado, pero, sin raíces. Si bien es cierto que ser campesino hoy no es lo mismo que ser campesino hace 50 años, ni hace 100 años, ni se pretende entender al campesino como un sujeto ahistorico, por el contrario, los campesinos deben estar en igualdad de condiciones para generar conocimiento y conservar sus saberes que cualquier otra persona.

Un aporte valioso de la Declaración es reconocer a aquellos actores sociales que nos invitan a conectarnos con nuestras raíces, reconocer la identidad campesina como guardiana de nuestra propia identidad, indistintamente la manera cómo nos reconozcamos, porque al final somos una mezcla. Es tener alas para volar más lejos, porque reconocemos y valoramos de dónde venimos, esta reflexión me invita a cerrar con un par de preguntas que comparto con quién lea este breve y sentido escrito, ¿Qué tal si nos comenzamos a pensar nuestras utopías de sociedades sin miedo a soñar porque estamos conectados con nuestras raíces?, ¿Qué tal si somos capaces de dar frutos sanos porque tenemos raíces fuertes?, esa es la invitación que nos trae la Declaración.
2 respuestas a «Ser campesino, una identidad de lucha política. Sobre la Declaración de ONU sobre los Derechos Campesinos.»