El cacao como una nueva gema

Para esta edición de 3colíbris les traemos el artículo títulado: “El cacao como una nueva gema”: minería y agricultura en el occidente de Boyacá escrito por Angie Quiroga, estudiante de Sociología de la Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. Ha hecho parte del Semillero Globalización, Desigualdades y Conflicto de la misma universidad.

“El cacao como una nueva gema”: minería y agricultura en el occidente de Boyacá

Don Pablo1 es un hombre de contextura mediana, cara amable, cabello canoso, y que seguramente ya llegó a la edad en la que algunos colombianos tienen la fortuna de dejar de trabajar y jubilarse. No obstante, Don Pablo, con esa gorra gris que deja ver algunos visos blancos y con su camisa verde esmeralda que lo identifica como miembro de una asociación de pequeños cacaoteros, financiada por la MTC o Minería Texas Colombia S.A2, aún habla de su experiencia en el trabajo. No hace mucho que se unió a la asociación y a una cooperativa con el fin de consolidar el acceso a fuentes de financiación para la producción de cacao.

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Don Pablo en su finca al occidente de Boyacá. Fuente: archivo personal de la autora, marzo de 2018.

Hace dos años, Don Pablo hace parte de esta asociación que ha sido impulsada por la propia MTC como parte de sus planteamientos de gestión social, capacitación y minería responsable. En su municipio, 25 familias que antes vivían de la minería ahora se dedican a las actividades agrícolas, específicamente a  la siembra de cacao; los productos que cultivan en la finca son empleados para su propio consumo, puesto que también existen plantaciones de café, piña, caña, plátano, entre otros. Rodeado de todas estas variedades de plantas, Don Pablo –el más veterano entre sus compañeros– explica con detenimiento las características de sus cultivos, así como las ventajas del desarrollo de la agricultura; pese a que es interrumpido por el sonido continuo de las chicharras, que no se cansan de chillar hasta que llega su muerte, y por el paso por las hojas secas de cacao que se posan sobre la extensa tierra fértil.

Con una gorra, camisa verde o poncho que los identifica como asociados a la MTC, los hombres que están en la finca se protegen de las temperaturas elevadas y del ambiente cálido del municipio que, aproximadamente a una hora por una carretera mitad pavimentada y mitad destapada, se llega desde Muzo: la capital mundial de la esmeralda3. Entre perros, gallinas y unos cuantos patos, su finca está a unas pocas semanas de recibir el diploma, dado por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que la certifica en Buenas Prácticas Agrícolas (BPA), una serie de condiciones y recomendaciones técnicas que buscan asegurar las óptimas condiciones de inocuidad y calidad del producto final cosechado.

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Planta de cacao y su fruto, en la finca de Don Pablo. Fuente: archivo personal de la autora, marzo de 2018.

La señalización de las áreas (área de secado, descanso, fermentación o acopio), el conocimiento sobre los riesgos, la adecuación de un área de reciclaje, la agrupación de la herramienta en un solo sitio y la tenencia de un baño, son algunos de los requisitos necesarios para el trámite de dicho certificado; para conservarlo, la finca debe someterse a una serie de visitas por parte de los funcionarios del ICA para asegurar el cumplimiento de tales medidas. Los ingenieros de la asociación son los encargados de dar un enfoque más institucional y técnico al cultivo, mientras que los agricultores, desde su experiencia en el campo y, un poco influenciados por la presencia de los ‘ingenieros’, platican sobre las ventajas de ser parte estas iniciativas que, según ellos, sí valen la pena.

Antes de ser agricultor, Don Pablo llegó a Bogotá en busca de mejores oportunidades laborales y para cumplir su servicio militar obligatorio. Sin embargo, le recomendaron que en Muzo y, con un golpe de suerte, podría conseguir bastante dinero mediante el trabajo en las minas de esmeraldas. Ante dicho consejo, Don Pablo decidió regresar a este ambiente más rural y más organizado que Bogotá, pues dicha desorganización, afirma él, es consecuencia de las malas administraciones que ha tenido la capital. Aunque dice no hablar de política, se inquieta cuando se toca el tema, y aún más cuando tiene la posibilidad de recordar los anteriores gobiernos por los que ha pasado la ciudad que lo acogió.

Al llegar a Muzo, Don Pablo se dedicó a la minería, y concuerda cuando uno de sus compañeros de la finca, y uno de los primeros que nos recibió al llegar, afirma que “el cacao es como una nueva gema”. Y como no, si con la siembra de cultivos, dicen, se sufre menos que en la mina y además se cuida el medio ambiente. Don Pablo no habla mucho de su vida, pero con su voz suave y firme recuerda la puerta que se le abrió al pasar de la minería a la agricultura, puesto que en esta última hay mayor estabilidad y beneficios económicos. No es solo Don Pablo el que comenta las dificultades que se viven en las minas ubicadas en todo el occidente de Boyacá, pues son los propios mineros que con sudor en la frente, con algunas manchas negras que se extienden por todo su cuerpo, y exhaustos ante el arduo trabajo y el calor del día, hablan sobre la percepción errada que se tiene sobre su labor.

Son vistos como personas de grandes fortunas, sin embargo, la realidad es bien diferente. Si llegaran a encontrar una ‘piedrita que valga la pena’ como una esmeralda bien verde, pura y brillante, las ganancias serían repartidas entre todos los guaqueros, que pueden ser más de 20 personas. Este primer eslabón de la cadena esmeraldera es el que menos utilidades recibe y el que más riesgos debe afrontar dado que las mayores ganancias se quedan en manos de los poderes que manejan la producción y comercialización de la piedra a gran escala.4

A eso de las nueve de la mañana, con un chorro de agua y paleo constante, los mineros –armados de botas y gorras para protegerse del sol y facilitar el paso por ese terreno irregular por el que ya han pasado las palas y los picos– identifican entre lo oscuro de la montaña pequeños destellos de piedras que se quieren confundir con esa anhelada piececita color esmeralda que aún no ha sido descubierta. El deseo de encontrar una gema y de “enguacarse”, es lo que se escucha constantemente en la mina. Los mineros han desarrollado una visión aguda que, al esparcir con la pala el montón de tierra, les permite reconocer a simple vista si allí hay algo que le pueda dar un giro a la monotonía del trabajo y a lo negro de esa tierra que está en manos de grandes corporaciones multinacionales.

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Mineros paleando en Muzo. Fuente: archivo personal de la autora, marzo de 2018.

Multinacionales que bajo un enfoque de responsabilidad social han fomentado diferentes proyectos de producción, como lo es el de cacao en el que se encuentra Don Pablo. Las opiniones sobre este tema son diversas. Tanto así que una de las personas que nos acompañó en el recorrido a la mina, dijo que a algunos de los mineros los vuelven a la fuerza cacaoteros; es como si se les quisiera imponer la profesión por medio de la reactivación de cadenas de valor que fueron olvidadas cuando la extracción de minerales tuvo su auge. Una bonanza de la que no se habla mucho, y que vino acompañada de una guerra por el poder que otorgaba ese mineral verde y la posesión de tierras aptas para la extracción de esa preciada piedra.

Con la bonanza esmeraldera, afirma Don Juan, uno de los mineros del occidente de Boyacá, que hace unos años la agricultura tradicional se complementaba con la minería, pues lo que se obtenía con esta última ayudaba a la recuperación de los cultivos, el ganado y el hogar. No obstante, con la llegada de empresas multinacionales y con sus proyectos de economía social, los beneficiados de estos procesos son unos pocos puesto que, como sostiene Don Juan, hay una gran cantidad de mineros tradicionales que se encuentran en una situación adversa frente a la llegada de las mismas; sólo unos pocos se ven favorecidos mientras que otros ven con alarma el saqueo y explotación de sus montañas por parte de las compañías extranjeras.

“Cambiamos las armas por el cacao”, afirma uno de los hombres de la vereda en la que se encuentra la finca y uno de los beneficiados con estos programas de responsabilidad social; aunque no se habla mucho del tema, sí ven en el cacao una nueva alternativa para dejar a un lado la confrontación entre grandes patrones que auspiciaban una ‘guerra verde’ en las faldas de las montañas de Boyacá. En estos tiempos, era común que las noticias que salían sobre dicho asunto se catalogaran en cuatro grandes categorías: atentado, disputa, mafia y narcotráfico; de vez en cuando aparecía un titular con la palabra ‘paz’, que daba alguna esperanza a esta región bañada de grandes tesoros por explorar. Por lo que los intentos para conservar estos acuerdos, esta paz y tranquilidad que parece propia de la vida en el campo, han dejado sus frutos en estas asociaciones de agricultores e incluso, en iniciativas formuladas por campesinos para campesinos.

Ante el maravilloso paisaje que se ve durante el trayecto que nos lleva a las minas, y luego de pasar por una quebrada, nos detenemos para observar de cerca la magnificencia de las montañas que aún no han sido devoradas por la máquina de extracción humana. Un hombre vestido con traje de vigilante informa que está prohibido  tomar fotografías en esa zona, hace unas cuantas señas con sus manos para que el mensaje que transmite sea comprendido a cabalidad. Desde el frente de  una mina cerrada y cercada se pueden apreciar las excavaciones a cielo abierto de las que se extraen las esmeraldas que le hacen honor a la valla que se encuentra a la entrada de Muzo que, además de anunciar el fuerte del municipio, pone en evidencia su clima cálido y demás características generales que todo viajero debe conocer.

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Hallazgo más importante de la mañana en una de las minas a cielo abierto que se encuentra en Muzo. Fuente: archivo personal de la autora, marzo de 2018.

Ya desde el centro del pueblo, en lo alto de la montaña se observa un letrero gigante que dice: ‘Paz, Dios lo ve todo’, como una advertencia a aquellos que en un momento infundieron terror en este municipio de apenas 9.000 habitantes quienes vieron en las minas de esmeralda la oportunidad para mejorar sus condiciones de vida, mediante la posibilidad de encontrar una piedrita tan verde como los árboles y montañas que los rodean. Ante el aumento de la vigilancia en las minas y sus alrededores, el mismo hombre que mencionó lo de la profesión cacaotera por coerción, afirma que ahora la gente cercana a la mina no tiene la posibilidad de conservar pequeños minerales, que si bien son de baja calidad, representan un apoyo o fuente de ingreso significativo para estas comunidades, ya que todo el tiempo, no es solo Dios el que lo ve todo, sino también los sujetos contratados por la MTC para supervisar sus terrenos o cortes.

La época de los patrones parece haber llegado a su fin hace unos cuantos años; ahora es el sabor dulce y la textura rugosa del cacao la que se posa sobre las manos de los hombres, que con sumo cuidado y con unas pequeñas tijeras, lo retiran de ese árbol de hojas verdes y medio amarillentas que dejan entrar la luz por medio de los huequitos hechos por los insectos que merodean la zona, y que se posan sobre los troncos inmóviles. En las 4.495 hectáreas de cultivo que se tienen en el departamento, y que son, en buena parte, destinadas para la exportación, los cacaoteros han ganado premios que reconocen la buena calidad y sabor del cacao que se cultiva con manos boyacenses y que antes estaban dedicadas a la minería.

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Paisaje al occidente de Boyacá. Fuente: archivo personal de la autora, marzo de 2018.

Esas manos que están en constate contacto con la tierra se ensucian todos los días, ya sea con la esperanza de sacar una esmeralda que les cambie la suerte, o al sembrar o sacar la cosecha, y ver el resultado de esa tierra fértil, que en menos de una hora de recorrido es acondicionada tanto para la minería como para la agricultura tradicional. No son actividades excluyentes, por lo que se puede ser a la vez, minero y agricultor. Ante la larga espera de la próxima cosecha, la minería se convierte en la alternativa para llevar a cabo durante los dos o tres años que dura la producción de cacao. No obstante, para algunos mineros tradicionales la llegada de las multinacionales ha ocasionado consecuencias importantes para la labor que han desarrollado desde hace tiempo atrás, pues ahora, tal como manifiesta Don Juan, la tierra en la que ellos nacieron está quedando en manos de poderes extranjeros que poco respaldan sus intereses.

El ruido de la chicharra no cesa, es la música de fondo que acompaña las anécdotas que cuenta Don Pablo, quien de vez en cuando se turna con otro de sus compañeros –un hombre un poco más joven– que prepara su voz para entonar esas coplas que aluden a la mujer, a la vida, a los lugares del campo, a la belleza de este y a su fácil querer. Por un momento hay una pausa en las actividades agrícolas, pero es sólo un instante porque el trabajo en el campo es de tiempo completo.

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  1. Todos los nombres utilizados en este texto son seudónimos para proteger la identidad de los participantes.
  2. Compañía especializada en explotación minera de capital extranjero que desarrolla en Colombia un plan de infraestructura, implementa planes de explotación asociados con tecnología que le permiten al país contar con un esquema de explotación minera que cumple con estándares de calidad y con la implementación de las mejores prácticas empresariales en el sector (recurso disponible en: http://mtcol.com/).
  3. Durante el primer semestre de 2017, la producción de esmeraldas en Muzo fue de 585,829.48 quilates en bruto (Revista Semana –Especial Minería, 2017:15).

  4. Otros de los eslabones de la pirámide son: los comisionarios, los comprobadores, los talladores, los mayoristas, los exportadores y los comercializadores.

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