Autora Tania Fuentes.
Esta entrevista surge en el marco de la Residencia Artística del Proyecto Cocuyo en octubre de 2020, la cual está enfocada en generar encuentros entre las prácticas artísticas y agroecológicas. Proyecto Cocuyo es un proyecto de producción de café a pequeña escala y bajo principios agroecológicos en Cachipay, municipio de Cundinamarca. Conviene mencionar que si bien esta finca ha sido históricamente cafetera, en los inicios de este proyecto se ha optado por la transición hacia la reducción de insumos externos, así como por el uso de manejos ecológicos que supongan una conservación y restauración de la biodiversidad y del sistema agroforestal dentro del bosque de niebla en el cual está inmerso.
«En los inicios de este proyecto se ha optado por la transición hacia la reducción de insumos externos, así como por el uso de manejos ecológicos que supongan una conservación y restauración de la biodiversidad y del sistema agroforestal dentro del bosque de niebla en el cual está inmerso.»
Ana Tomimori y Carlos Guzmán son artistas de formación, con maestría en artes visuales por la Universidad de Sao Paulo, son también madre y padre de Nuno, un pequeño de 2 años, son cafetaleros y agricultores en la Vereda Tolú; Y seguramente, desempeñan otros roles fundamentales para los cuales este artículo se quedará corto.

Aunque ellos no se describan como portadores del fuego en la noche, cierto es que esto es metafórico y literal; pues desde hace unos años este tipo de iniciativas abren caminos y vastos horizontes hacia formas de vida donde cabe la diversidad, el tiempo y el trabajo al servicio de la vida. A continuación, ellos nos cuentan más acerca de este proyecto, sus sinsabores, lo cosechado y lo que aún está por germinar.

TF. ¿Cómo inició el Proyecto Cocuyo y de qué se trata?
Ana: Con la muerte del abuelo de Carlos, creo que él tenía como nostalgia porque en ese momento estábamos en Brasil. Y cuando llegamos acá, Él quería visitar, empezamos a acercarnos hasta que decidimos que íbamos a movernos a la finca. Era chévere, veíamos como naranjas y frutos por los que no había que pagar (risas). Y también teníamos la idea de una residencia artística y habíamos decidido hacer algo acá, ya estábamos un poco cansados de la academia. Aquí sentimos que podíamos hacer algo nuestro sin tener que estar detrás de convocatorias, y que nos acepten.
Carlos: Fue en parte el fallecimiento de mi abuelo pero viene también de la mano del proyecto que estaba investigando en Brasil teóricamente que tenía que ver con la relación entre Brasil y Colombia a partir de la historia del café. Nosotros nos conocimos en Sao Paulo estudiando la maestría en Artes Visuales, creo que en lo académico uno se somete mucho a la teoría pero hacía falta la práctica. El fallecimiento de mi abuelo dio sentido pero también había angustia existencial, porque su muerte significaba la muerte del agricultor en la familia; y aunque se sabía que iba a pasar no dejaba de ser muy triste. Probablemente, si no estuviésemos aquí la finca hubiese terminado por venderse, y perder esto es como perder esa raíz, entonces estar aquí nos permite afirmarla.
Ana: Ambos somos artistas, y la academia a veces es algo que se aleja del arte porque aunque haya un sentido en la investigación; lo cierto es que cuando estamos haciendo arte no siempre estamos haciendo ciencia y resulta algo difícil de cuantificar. Además, la academia nos coloca varios patrones que a veces nos aleja de nuestro hacer.
TF. ¿Qué potencial han encontrado en ese encuentro de mundos, entre lo artístico y lo agroecológico?
Ana: Pues yo siento que es algo que todavía está en proceso y que nos está dando experiencia vivencial. Aún no está enteramente en mi trabajo personal, de pronto en la gestión del espacio, pero me gusta eso, salir de lo que es dicho arte y después volver. Las cosas de la vida acaban influenciando la obra, el arte por ejemplo nos ha influenciado en la gestión del espacio y en cómo queremos manejar las cosas acá.
Otra cosa que influye al estar aquí es el tiempo, en la ciudad a veces es más claro seguir la línea sucesora de acontecimientos que tienen que pasar, después de la universidad el trabajo, etc. Y cuando volvimos a la finca ese paso se cortó, no seguimos el paso después de la maestría, no seguimos enviando currículums o yendo a charlas; y esto fue porque empezamos a tener otros tiempos, pero esto no significa que dejamos de ser artistas sino que estamos viviendo otras cosas. Esta decisión ha cuestionado esa línea de tiempo de lo que debería suceder, y después de la pandemia pensamos “lo que estamos haciendo no es tan raro”, porque ahora el tiempo de uno es valorado y el lugar donde estamos es pertinente. No es solo currículum, trabajo, plata sino otras dimensiones de la vida que toca pensar.
Carlos: Reafirmo lo que dices, manejar la finca lo pone a uno a pensar en cosas que usualmente uno no piensa. En la vida como artista independiente en una ciudad, buscando espacios, convocatorias para mostrar el trabajo personal. Aquí, es pensar no solo en uno, sino en el cómo organizar un espacio en el cual se involucran muchas personas, el tipo de demanda energética va más hacia afuera; desde las plantas hasta la dimensión humana. En la agroecología uno tiene que pensar todo eso y verse ahí metido.

TF. ¿Qué ha sido lo más satisfactorio de emprender este proyecto?
Ana: Lo más satisfactorio ha sido el convenio con IDARTES para realizar esta residencia artística (@residenciacocuyo) y recibirlos a ustedes, y poder afirmarnos nuevamente como artistas, ha sido un apoyo no solo financiero sino emocional, un reconocimiento a lo que hemos venido haciendo en los últimos tres años.
Carlos: Parecía un poco alejado lo que estábamos haciendo en relación con el arte, creo que nos sentíamos muy aislados, en la montaña, lejos de las exposiciones, lejos de las convocatorias, no había tiempo para dedicarnos a esto porque aquí hay muchas actividades que nos demandan tiempo. Al final nos hemos dado cuenta que las personas si veían lo que estábamos haciendo, sino que había que ofrecerlo como más directo. Muchos amigos han tomado nuestro café durante estos años, o las canastas que ofrecíamos, o las mandarinas y pues lo satisfactorio ha sido ver que si estábamos ahí.
TF. ¿Y qué es lo más difícil de producir a pequeña escala y bajo manejos agroecológicos?
Carlos: Lo más complicado es el cambio de pensamiento y de paradigma, como que estamos en un momento transitorio. Entonces, si hay como un movimiento de productores, de consumidores, y personas de la sociedad civil que están teniendo un tipo de conciencia en estas prácticas; entonces las respaldan, las apoyan o las hacen. También hay una proporción de la sociedad con la que no se dialoga, son como dimensiones tan opuestas que la una no ve a la otra; y lo difícil de este muro no es cómo convencer sino cómo abrir diálogos.
Ana: Cómo explicar la diferencia de calidades, de procesos, de trabajos, los principios éticos, ecológicos y económicos entre un café comercial y nuestro café. Cómo hacer entender al consumidor esto, que no se produce a gran escala, que no es industrial, que no se trabaja bajo criterios de explotación.

TF. ¿Hacia dónde camina Proyecto Cocuyo?
Ana: Si nos gustaría diversificar un poco más las siembras, plantar otras cosas y ver cómo logramos hacer eso de una forma que funcione; que podamos cada vez más usar menos insumos, que la poda sea el propio insumo. También nos gustaría tener un tiempito para dedicarnos a nuestro trabajo, tener un espacio de taller y todo esto. Creo que también es un objetivo nuestro, y continuar como gestores de Residencia Cocuyo. Eso ya es mucho (risas).
