Hace dos años, en 2018, realicé un viaje por la Costa Este de Estados Unidos, visitando proyectos productivos urbanos y rurales desde Nueva Orleans hasta Boston. Con el propósito de conocer que innovaciones existen en la creación de relaciones de proximidad entre productores y consumidores y cuáles de estas innovaciones podrían ofrecerme ideas para reducir las brechas sociales entre consumidores y productores en Colombia. Encontré que las Cooperativas de Apoyo a los Agricultores (CSA por sus siglas en inglés), grupos de personas que se organizan para apoyar a los productores locales, garantizarse el derecho a la alimentación y el consumo informado, me impresionó lo conectadas que están las CSA, la diversidad de alimentos que ofrecen y la solidaridad que brilla en sus interacciones.

Cuando llegué a Boston entré a una librería de la Universidad de Harvard, comencé a chismosear libros y encontré un libro que cautivó mi atención “No one eats alone” (Nadie come solo) de Michael Carolan, después de estar leyéndolo por casi una hora en un rincón de la librería decidí comprarlo, y ahí fue la primera vez que escuché la palabra Foodscape, o paisaje alimentario en español. En su libro, Carolan busca demostrar que la alimentación no es exclusivamente una cuestión económica, también existen asociaciones y encuentros que generan emociones concretas con relación a la comida, en las cuáles se pueden configurar transformaciones que generan incrementos o reducciones en la brecha social entre los actores que participan en el paisaje alimentario.

Desde entonces, la aproximación desde la perspectiva de paisaje alimentarios me ha parecido acertada para proponer transformaciones en los sistemas alimentarios que procuren la conservación de los ecosistemas, el arraigo al territorio y la justicia social. A diferencia de la noción de Sistemas Alimentarios, los Paisajes Alimentarios tienen una aproximación relacional, es decir, que se centra en las relaciones que en ellos se configuran, comprendiendo la diversidad de actores, motivaciones y escalas que en ellos participan.
Los paisajes alimentarios, desde la perspectiva de las relaciones que en ellos se producen y reproducen, analizan las formas en que los alimentos se producen, compran, obtienen, preparan y consumen, y la relación entre los alimentos y las personas en la comunidad, analizando también, la manera cómo las personas se relacionan con su territorio, sea en contextos rurales, periurbanos o urbanos (Bosschaart, 2015).
Desde la perspectiva de paisajes alimentarios, es posible reconocer el carácter político de nuestra alimentación, cada decisión que tomamos como comensales es también un acto político en el cuál ejercemos un rol activo y tenemos en nuestras manos la oportunidad de contribuir a la construcción de paz al apoyar las economías familiares, campesinas y comunitarias, apoyar a ese 31% de colombianos y colombianas que se autodenominan como campesinos, que desarrollan proyectos productivos que resisten al conflicto armado y las economías de narcotráfico. Proyectos productivos en los que la ganancia es redistribuida entre la familia, una organización de base o una comunidad para compartir beneficios sociales y económicos.

Durante estos días de cuarentena, las familias colombianas hemos tenido la oportunidad de conectarnos con el origen de nuestros alimentos, estamos cocinando más que antes, tenemos más control sobre los ingredientes, formas de preparación y recetas de nuestras comidas, se incrementan las posibilidades de desarrollo paisajes alimentarios basado en el cuidado en nuestros hogares.
Los paisajes alimentarios promueven la creación de modelos alimentarios diseñados para unir a las personas, crear comunidades que garanticen el acceso a alimentos asequibles, crear esquemas de producción justos, de apoyo y sostenibles que innoven en canales de comercialización, formas de organización, productos disponibles y fomenten el cuidado de los ecosistemas.
Al reconstruir relaciones de proximidad entre los actores involucrados en los paisajes alimentarios, se fortalece su capacidad de ejercer el derecho a la alimentación desde la perspectiva de la seguridad y soberanía alimentaria, involucrándose en la construcción de políticas del reconocimiento, espacios y actividades que generen conciencia entre los comensales hacia aquellos con quienes tienen mayor distancia, los productores, quienes viven en el campo (Carolan, 2017).
Las innovaciones en las cadenas de valor que se desarrollan en los territorios colombianos implican el diálogo entre diversos actores, desde productores hasta consumidores y el co-diseño de esquemas productivos basados en la solidaridad, colaboración, inclusión y conservación de la diversidad biocultural que permite encontrar alternativas innovadoras a los modelos productivos ociosos tradicionales que predominan en el campo colombiano.
Es momento de repensar los territorios urbanos, reterirritorializar las ciudades, reverdecer las ciudades, todos podemos involucrarnos desde nuestros intereses y capacidades en la creación de nuevas comunidades, nuevas proximidades en las ciudades, para combatir los desiertos alimentarios que cada vez se hacen más comunes, afectando en mayor medida a las comunidades en situación de vulnerabilidad económica y social.
Los comensales en las ciudades de Colombia cada vez acceden a más información y son más conscientes de la importancia de apoyar las economías campesinas, sin embargo, aún continúan existiendo muchos mitos al respecto, relacionados con la calidad de los alimentos que provienen de la economía campesina, también existe desconocimiento sobre dónde acceder a alimentos locales, sanos y sustentables y persisten las dificultades logísticas, asociadas a dificultades estructurales del campesinado colombiano, para que los productores campesinos puedan colocar sus alimentos donde los comensales lo necesitan.

Autora: Ana Prada.
Bibliografía:
Bosschaart, W. (2015). Strategies towards Urban Foodscapes: A Comparison of Theory and Practice in Planning for Urban Foodscapes. Wageningen: Wageningen University.
Carolan, M. (2017). No One Eats Alone: Food as a Social Enterprise. . Washington DC: Island Press.
Muy buen texto
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