Este sábado mis tíos conversaban sobre lo que está sucediendo en Bogotá por estos días con el Paro Nacional, sobre la manera cómo se ha desdibujado la protesta al punto de convertirse en un motivo más de polarización en la ya bastante polarizada sociedad colombiana.
Haciendo un reversazo les invito a devolvernos a los motivos que nos movilizaron a parar el 21 de noviembre, y continuar en protesta pacífica, a expresar nuestro malestar en relación a cuestiones históricas y que se han intensificado con el accionar del presente Gobierno Nacional, lo hacemos en cumplimiento del artículo 37 de la Constitución Colombiana, que plantea: «Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente.»
Finalmente, mis tíos no llegaron a algún consenso sobre el curso que está tomando la manifestación entre incertidumbre y estrategias de miedo, sin embargo, la conversación fue suficiente inspiración para retomar en la columna de esta semana algunas cuestiones de política agraria actuales e históricas que hacen que tenga sentido legitimar nuestro lugar como sociedad civil y pedirle al Gobierno Nacional que se ponga la mano en el considere.
Hay algo fascinante en la mirada histórica de un fenómeno, y es que nos permite desnaturalizar cualquier situación y nos da pistas de cómo hemos llegado hasta el lugar en el que estamos como sociedades. Cuándo quiero desnaturalizar mis imaginarios sobre Colombia converso con mi gurú agrario de cabecera, mi abuelo materno, un comerciante agrícola boyacense de 93 años, de la raza «calé» cómo se autodenomina, de los berracos, berracos, que se conoce Colombia de «pe a pa» cómo decimos en mi casa.
Sentipensando la historia colombiana desde los ojos de mi abue entiendo que cien años son muy poco tiempo en términos de proceso social, seguimos siendo hijos e hijas de la violencia bipartidista extremadamente polarizada en la que nos matábamos con sevicia por el color, en una sociedad donde la población adulta tenía una tasa de analfabetismo superior al 66% las personas se mataban seguir una clase política que no fuera que pusiera al pueblo entre sus prioridades.
Me cuenta mi abue que a sus veinte años se fue a probar suerte en el Tolima, administrando una hacienda por los lados de Villa Restrepo, tierra de frijol, maíz, arroz, naranja y limón. Era el pan de cada día ver el contraste del terrateniente que «ha perdido la cuenta de cuanta plata tiene» y el que no tiene tierra «ni dónde caerse muerto».
Mi abue vivía muy bien en el Tolima, no le faltaba nada, pero, con la intensificación de la violencia bipartidista comenzaron a matar a campesinos y administradores de fincas sin misericordia, a él ya se la habían cantado, que era el próximo en la lista, así que en 1948 algunos meses después del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán sin tener chance de agarrar sus corotos mi abue vendió su caballo y con ese dinero se fue a comenzar una nueva vida en la capital bogotana (Mientras escribo esto me impresiono por el parecido con muchas historias de desplazamiento forzado que son más bien recientes).
Las historias que me cuenta mi abue, que podrían inspiración para miles de crónicas colibrienses, me evocan la obra «Los años del tropel» del maestro Alfredo Molano qepd. Hay un pensamiento que con frecuencia se pasea por mi cabeza cuándo escucho sus historias sobre sus viajes en camión por las carreteras de Colombia durante la época de la Violencia justo en la mitad del siglo pasado, y es que ¡No hemos cambiado tanto! Si bien existen diferencias significativas, se «acabó» la guerra fría, el orden económico mundial es bien distinto, se instaló el narco en nuestra cultura, economía y política.
A pesar de este sombrío panorama, de que la corrupción, la concentración de los recursos y el asesinato de inocentes no es algo nuevo, si hay algo que ha cambiado, y es a mi modo de ver que somos más conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor y con el apoyo de los medios de comunicación alternativos podemos acceder a más información, tal cómo sucede con nuestra alimentación, de nosotros depende que decidimos consumir.
Esta última consideración es semilla de una observación que realizó un líder del centro poblado de Agua Bonita en Caquetá (Antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) en una visita que realicé en mayo de este año, era muy reciente aún el asesinato del excombatiente Dimar Torres en la región del Catatumbo. Este hecho fue un golpe a los Acuerdos de Paz, debido a que era la manifestación de uno de los mayores temores que tenían los excombatientes que decidieron entregar sus armas ¿Ahora quién se hará cargo de su seguridad física?. Ente los visitantes a Agua Bonita era evidente el aire de frustración, a lo que el líder del espacio declaró:
«Nos duele mucho la muerte de Dimar, sin embargo, es la primera vez en la historia que el asesinato de una persona que perteneció a las FARC causa revuelo en los medios y genera empatía con colombianos que nunca han seguido ni defendido la lucha armada, esto se lo debemos a los Acuerdos de Paz»
Estas son pequeñas victorias, que nos conmueva la muerte de un colombiano o colombiana, sea del bando que sea, sentirlo de los nuestros, porque es colombiano/a, ahí se prende una luz de esperanza.
La movilización nacional emprendida en Colombia desde este 21 de noviembre abarca una agenda bastante amplia y diversa, son múltiples sectores de la sociedad civil que nos hemos sumado a la movilización pacífica, están los profesores, los estudiantes, los indígenas, los trabajadores, los simpatizantes del Acuerdos Final y los ambientalistas entre muchos otros sectores, creería que para entender al detalle las demandas de la ciudadanía es difícil hacer un «top 5 de las razones por las cuáles muchos colombianos nos movilizamos».
En síntesis es el malestar compartido sobre las decisiones y acciones que está emprendiendo el Gobierno Colombiano, sin embargo, a la hora de la negociación será fundamental la unión y la diversidad de sectores participantes, desde la perspectiva de quiénes somos simpatizantes de los Acuerdos de Paz, estas son algunas de las razones por las cuáles nos movilizamos:
- Garantías de seguridad en territorios para comunidades y excombatientes.
- Cumplimiento con lo pactado en relación al Programa Nacional Integral de Sustutición (PNIS), asistencia técnica, entrega a tiempo de recursos para los proyectos productivos, una hoja de ruta clara de implementación del PNIS, erradicación voluntaria y manual sin glifosato.
- Garantizar la participación de las comunidades en la implementación, contratación y veeduría en los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial.
- Fortalecimiento de la presencia de la de investigación y justicia en los territorios.
- Acelerar los avances en formalización y distribución de tierras.
En ningún momento se ha incitado a la violencia ni ha deslegimitar al Estado Colombiano, por el contrario, entendiendo que el Estado somos también los ciudadanos colombianos se exige una presencia estatal amigable y cuidadosa de la ciudadanía. Que nuestros privilegios no nublen nuestra empatía es el respetuoso llamado que hacemos al Gobierno Nacional.
Una respuesta a «¿Por qué paramos los simpatizantes de los Acuerdos de Paz en Colombia? [Opinión]»