Agricultura urbana, una solución para re-territorializar los contextos urbanos y mitigar los desiertos alimentarios.

«La alimentación es vida, y la vida no debe separarse de la naturaleza. «

Masanobu Fukuoka

Garantizar nuestra alimentación como especie es una actividad de tanta data como nuestra existencia misma. En consecuencia, algunas sociedades dejaron de ser nómadas para convertirse en sedentarias, de esta forma, lograron encontrar alimentación en un territorio. A partir de esto, los seres humanos nos organizamos y creamos ciudades. Entonces, si tenemos una mirada de largo plazo, lo novedoso no es que exista la agricultura urbana, en realidad, lo novedoso es, que estamos tan desconectados de nuestra raíz, de nuestra fuente alimentaria que nos sorprende encontrar casos de producción de alimentos en las ciudades, haciéndose más común encontrar desiertos alimentarios.

Fuente: 3colibrís.

Por lo anterior, nuestra historia de esta edición no busca analizar la agricultura como «una novedad», sino plantear la agricultura urbana como la oportunidad de reencontrarnos, con nuestras identidades ancestrales latinoamericanas y con los alimentos sanos, porque alimento no es lo mismo que comida. 

Desde hace varios años, he tenido la oportunidad de dialogar con agricultores de distintas latitudes, europeos, asiáticos y latinoamericanos. Existe una diferencia diametral entre la noción estadounidense de «farmer», o la noción de agricultor sueca, en relación a la noción de campesino latinoamericana, si bien es distinta la manera cómo se vivencia la identidad de campesino en Perú, que, en Colombia, a la vez que no es lo mismo ser campesino Oaxaqueño que ser agricultor Chiapaneco.

Sin embargo, a manera personal, considero que existe un común denominador común en las identidades rurales que se tejen en Latinoamérica y es que gracias a nuestra rica diversidad biocultural, nosotros nos construimos en nuestra relación con el territorio, para nosotros la pacha mamita está en las montañas, las quebradas, nosotros no luchamos por un pedazo de tierra, nosotros luchamos por el territorio y la posibilidad de resolver nuestras cuestiones ontológicas en el espacio físico que habitamos.


            Esta latinoamericanidad no se limita a los territorios rurales, las fronteras entre rural y urbano en la práctica son construcciones sociales, porque en la ruralidad encontramos un montón de dinámicas que tipificamos cómo urbanas y en las ciudades encontramos un montón de habitantes rurales que llegan a las ciudades para enriquecer nuestra forma de ver la vida al traer consigo sus valores, costumbres y recetas.

Fuente: 3colibrís.

Desde esta perspectiva, quiero reflexionar sobre la manera en que la agricultura urbana nos permite conectarnos con nuestras identidades ancestrales, de las que hablaban nuestros abuelos cuándo dejaron el campo para «convertirse en gente de bien» o cuándo nuestros amigos o vecinos dejaron en contra de su voluntad el campo para vivir en estos inacabados y a veces hostiles espacios que conocemos como ciudades. Además, la agricultura urbana se convierte en una alternativa para combatir modelos agroindustriales que nos han llevado a convertirnos en habitantes de desiertos alimentarios.

La agricultura urbana como solución a los desiertos alimentarios

Según Food Empowerment Projects, los desiertos alimentarios son áreas geográficas en las que sus habitantes tienen poca o ninguna disponibilidad de opciones alimentarias asequibles y saludables (especialmente, frutas y verduras frescas) debido a la ausencia de tiendas de abarrotes a una distancia de viaje conveniente.


En consecuencia, las personas de los niveles socioeconómicos suelen ser las que más dificultades tienen para acceder a alimentos sanos, de hecho este es el segmento que mayores casos de obesidad presenta, que se explica más que por exceso de ingesta, por consumir alimentos poco saludables. 

Fuente: 3colibrís.

El imperativo de convertir la ciudad en hogar 

Para 2018, 352.873 personas en condición de desplazamiento habitaban Bogotá , es decir el 4,1% de las víctimas que habitan en Colombia, en las localidades más marginales del país, provenientes de territorios rurales encontrando en la capital colombiana un nuevo logar para vivir, lejos de las montañas, ríos, quebradas y riveras en las que nacieron y se erigen sus identidades. Así mismo, estas personas han llegado a Bogotá trayendo consigo su acervo de saberes, tradiciones y costumbres, caracterizadas por una estrecha relación con la tierra, que entra en tensión entre las formas de impresonalización e individualidad que toman los procesos de urbanización en la capital y la necesidad de construir hogar en el nuevo lugar que se habita.

Recuerdo que en el año 2012 tuve la oportunidad de tener una jornada con madres cabeza de familia en Soacha, la mayoría de ellas venían de lugares rurales y muy lejanos de la capital, cuándo hicimos el ejercicio de recordar su pasado y proyectar el futuro, me contaban que extrañaban las huertas que solían tener en sus fincas, extrañaban tener sus marraneras y su pancoger, que el conflicto armado les había arrebatado. Asimismo, me contaban que lo más difícil de adaptarse a la ciudad era sentirla cómo hogar, las entiendo, Bogotá y su área metropolitana pueden ser bastante hostiles especialmente, para quienes vienen de otros territorios. 

Fuente: 3colibrís.

Finalmente, una experiencia similar que encontré en Quito, fue cuándo conocí la Asociación Argelia Alta, conformada por mujeres campesinas de varias latitudes de la sierra ecuatoriana, son mujeres que en 2010 convirtieron una parqueadero olvidado y desecho en una preciosa huerta que genera ingresos y da trabajo a 15 familias. En consecuencia, la Asociación, además de ser un punto de encuentro para crear vínculos de solidaridad, a la vez, generan ingresos. También, se ha convertido en una oportunidad para mantener la conexión con sus raíces, su identidad campesina y el arraigo a la tierra en la ciudad más poblada del país andino.

Fuente: 3colibrís.

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