Cuento «UN REGALO DE NAVIDAD.»
Por: Angie Lucía Puentes Parra*
Nuestra esencia cómo 3Colibrís siempre ha sido dar resonancia a las voces rurales que con frecuencia no escuchamos, enamorarnos del campo para esperanzarnos y enamorarnos de la vida, invitar a otros a encontrar sus utopías en la transformación del campo. Para nosotros el sentido reside en contar historias, compartir y conmover, es en este espíritu que nos complace publicar el cuento «Un regalo de navidad» de la autoría de Angíe Lucía Puentes, una joven bogotana que ha encontrado en la educación y lo rural su propia reconciliación con su identidad diversa y cosmopolita.
I
Lucía era una mujer joven. Tenía capul y unas gafas de color rojo. Era muy blanca porque hace mucho tiempo que no pasaba un tiempo en el sol. Lucía extrañaba sentir el calor de otros lugares.
En la ciudad de Lucía todo era frío, lluvioso. El pavimento y los edificios altos eran el paisaje de su día a día. La ciudad en la cual ella vivía tenía grandes autopistas y buses para transportar a los ciudadanos afanados. Si pudiera resumir esta ciudad en una palabra sería : afán. Las personas que habitan la ciudad siempre están corriendo tras la parada de un bus, siempre van tarde a sus trabajos, siempre tienen afán de llegar a un lado. Tienen esa constante prisa, agitación y manía de hacer mil cosas al mismo tiempo. Los habitantes de esta ciudad se les llama los afanados.
Lucía estaba acostumbrada a vivir en medio de la ciudad de los afanados. Ella había acostumbrado su propio cuerpo, mente y espíritu a vivir en Lluviopolis, así era el nombre de ese espacio en el cual ella había hecho su vida. En la cual trabajaba, dormía,
vivía con su familia con sus padres y su hermano de 17 años. En Lluviopolis la gente va de aquí para allá pegados a su celular, a los mensajes de whats’app. Van los afanados con grandes planes, con grandes metas, con esa necesidad de progresar, de llegar al otro lado. Sin siquiera disfrutar el recorrido del bus.
En Lluviopolis las personas pueden demorar dos horas metidas en un bus. ¡Suena aterrador!, en dos horas, uno podría viajar a Melgar o Girardot y podría hasta cambiar de clima. La congestión, la contaminación, el desorden son sinónimos de la ciudad de Lucía. Es normal que haya trancón y es normal que roben. Eso es normal en cualquier ciudad del mundo.
Sin embargo, esta gran ciudad es una mujer, es una mujer que llora al mediodía y a veces en las noches. Le gusta suspirar fuerte y hace que el viento corra largamente por los corredores, por las calles y que los afanados tengan que andar con grandes bufandas, sombrillas en sus bolsos y botas pantaneras. Uno nunca sabe cómo salir vestido en esta ciudad. Hay veces que se le olvida llorar y sale el sol – un sol inmenso y armonioso- que hace que Lucía pueda sentir un poco de calor y emoción.
Lucía vivió un año fuera de lluviopolis y de todas maneras, extrañaba un poco el frío y la melodía que tiene esta ciudad. Lluviopolis tiene sonidos altos, es una canción suave, dulce con flautas. Cuando Lucía camina por estas calles comprende que ella también es parte de este espacio y que su vida se entrelaza con estos atardeceres y amaneceres que la hacen sentirse cada vez más arraigada a este espacio en común. Espacio compartido con sus ancestros, sus abuelas, sus tíos, sus primos, sus amigos y sus amigas. En esta ciudad ella ha encontrado el amor y la amistad. Entonces, a pesar de tanta frialdad, lluvia y contaminación comprende que uno nace y está en el lugar en que debe estar…

II
Un día, invitaron a Lucía a prepararse para un viaje. Ella trabajaba todos los días de 6: 50 am a 4:00 pm en un Colegio. Lucía era profesora de primaria y bachillerato. Tenía días agitados y repletos de felicidades y aprendizajes al lado de sus estudiantes. Sin embargo, Lucía no se dedicaba solamente a su trabajo. Lucía amaba ir a caminar por las montañas. En Lluviopolis hay un cerro, una montaña alta para subir llamada “Monserrate”, ella le gustaba caminar hasta allá, a la punta de una montaña. También, había ido de caminata fuera de su ciudad a otras como Guaduas, Tena y Chía.
Otra cosa que amaba con todo su corazón era leer, escribir, ir al cine. Pero algo que amaba más que todo eso junto era viajar y orar, orar no solamente al interior de una iglesia y con un Padre, sino orar escuchando a los otros. Uno puede orar, dando a los otros un poco de su tiempo. Lucía siempre buscaba maneras creativas y únicas de construir su oración.
Así fue. Desde Septiembre la invitaron a un viaje especial, le llamaban “Campamento Javier” o Misión. Lucía había ido ya a cinco misiones en los últimos 4 años de su vida. Cada misión era un camino único que le permitía conocer otros lugares de su país y a otras personas. Lucía ama dialogar con los otros, conocer otros paisajes, otros atardeceres, otras voces.
Pasó el mes de octubre, noviembre y finalmente llegó diciembre.
En diciembre 14, tendría que viajar a un destino que desconocía un poco. Una vez ya había conocido Buga, había visitado el Señor de los Milagros, esa gran iglesia rosada, repleta de seguidores y grandes monumentos en honor a Jesucristo. Buga, para Lucía, podría llamarse luz. La relacionaba con la luz que emite el sol porque hacía mucho sol. Ella no estaba acostumbrada a recibir tanto sol diariamente, así que apenas llegó pensó en que sería un buen nombre para esta ciudad.
Pero, ella NO iba a viajar a Buga. Iba a un corregimiento llamado La Habana. La noche del 14 de diciembre, subió a un bus desde lluviopolis con mucho frío, su equipaje y se fue hablando con sus amigas. Fue un viaje largo, de toda una noche, estaba incomoda, casi no pudo dormir.
Una mañana de diciembre, Lucía llegó a la entrada de la Parroquia de Las Mercedes, en La Habana, Buga, una región del Valle del Cauca. Era una iglesia grande de color azul celeste, azul marino, ese azul del mar. Un azul que calma. Llegamos muchos misioneros y jesuitas cansados del gran viaje. Lucía se sentía un poco somnolienta. Estaba feliz de haber llegado.
Después de eso, se dispuso a comer y a conocer un poco esta nueva zona. La recibieron tres personas: Dos padres y un seminarista, es decir, una persona que se está preparando para ser sacerdote. Se sentía muy bienvenida a este nuevo destino.
Hicieron una misa para los que acabábamos de llegar para repartirnos a las otras veredas en las cuales íbamos a estar en los próximos días. Cuando empezó la eucaristía Lucía vio varios ayudantes del Padre, eran niños y niñas muy lindas, atentas, amables. También, en la misa fueron mujeres, abuelas y jóvenes a recibirnos.
Durante la misa le dijeron que debía quedarse en La Habana con Santiago, Juliana, Tanía y un jesuita mexicano llamado Luis Manuel. Además de esto, iba a hospedarse con el Padre de esta parroquia y su mano derecha, el seminarista. Todo era nuevo para ella, un nuevo equipo, nuevas personas, un nuevo lugar.
III.
En La Habana, Buga, Lucía, estaba muy feliz de sentir el calor, el viento seco de este lugar. Estaba plena de poder compartir unos días al lado de nuevos compañeros y a la espera de conocer las personas de este lugar. Lucía NO extrañaba el frío de lluviopolis, tampoco extrañaba mucho el ritmo de vida de la ciudad.
Sentía que podía detenerse un poco, a caminar, a dialogar, a encontrar nuevas maneras de estar en el mundo. Su primer desayuno allí fue muy especial. Le gustaba despertar al lado de nuevas personas que estaban repletas de entrega y responsabilidad por su labor diaria. La primera mañana escuchaba los gallos cantar, los animales, la melodía de los villancicos, las voces de sus compañeros y sí, eso era la felicidad. Era un despertar repleto de sorpresa.
Empezaron las novenas y las posadas. En México, no se hacen novenas como acostumbramos en Colombia, sino se hacen unos cantos a la entrada de las iglesias pidiendo posada donde se hace referencia a este anuncio del nacimiento de Jesús. Nuestro amigo jesuita nos explicó cómo llevar a cabo este ritual de su país. Imprimimos las letras y practicamos con las niñas/os, jóvenes. Había adolescentes bastante inquietos,
Había niños dulces, que jugaban con unas bolitas de cristal Otros niños amaban montar bicicleta y jugar fútbol.
Esos niños, niñas, jóvenes y adolescentes nos dieron la mano Nos abrieron las puertas de sus días de navidad
Para acoger en sus hogares un grupo de misioneros
Que buscaban llevar un poco de luz, un poco de Dios a sus corazones.
El comienzo de las novenas fue la mejor manera de compartir la vida y esa espera que significa el adviento. Esa espera inmensa del nacimiento de Jesús. En La Habana, los niños y adolescentes se disfrazan de los personajes de la biblia para personificar el día a día de la novena. Lucía NUNCA había visto una novena así en Lluviopolis y es que allá las personas casi ni les interesa hacer la novena. Aquí todas las personas se organizaban, daban de su tiempo, de su comida, de su familia para compartir con los vecinos esta oración comunitaria, una oración cantada con
villancicos. A Lucía le gustaba mucho cantar ven, ven, ven, ven a nuestras almas, ven, ven, ven no tardes tanto, no tarde tanto, Jesús, ven , ven , ven. Un día el Padre cantó algo nuevo: Paz, paz, paz no más violencia, queremos paz… Al pasar de las novenas, se iba deleitando cada vez más con estos cantos y poco a poco, iba comprendiendo que lo que todos buscamos es eso: paz.
Ya hemos llorado muchos muertos, ya hemos llorado muchas víctimas y desplazados. Podemos construir más que lágrimas y dolor, podemos buscar paz, encontrándonos con el otro, escuchando su propia historia. Mientras cantaba los villancicos pensaba Lucía que estar allí era una manera de compartir el dolor de otros, de celebrar la venida de Jesús desde una nueva perspectiva.
Cuando Lucía iba a las novenas se perdía entre las voces de las personas, los cantos, las oraciones y algo en ella se movía para encontrarse en medio de todos.

Lucía nunca había vivido unas novenas tan significativas, tan repletas de teatro, de tolerancia y de amor. Lucía empezaba a sentirse distinta, renovada. Aprendió de cada niño y niña que se disfrazaba de una virgen y de un José.
Así, fueron pasando los días. En medio de sonrisas, visitas, calidez de las personas que habitan La Habana.
Lucía amaba el calor y la tranquilidad de transitar esas calles, de llegar hasta la biblioteca, de caminar hasta la iglesia, de respirar otro aire y disfrutar tanto de lo que le iba dando la vida en ese momento.
Entre risas y encuentros, llegó el día de la navidad. Era la última novena y a eso de las dos de la tarde, repartió maracas y entre todos los niños del lugar dijeron los gozos al niño Jesús. El padre cantaba y todos también. Se dio cuenta que la navidad era más completa entre cantos, gozos y risas de ellos. Vivió una de las mejores navidades de su vida.
La navidad había llegado. Ese nacimiento esperado de Jesús había llegado. Había llegado el momento de celebrar la llegada de la luz al mundo: Jesús. Así, con silencio, con canciones, con conversaciones fue disfrutando, bailando la navidad, disfrutándola y comprendió que el mejor regalo de navidad era estar allí, en medio del pesebre de cada hogar y la sonrisa de cada habitante de La Habana.
Lucía lleva en la memoria de su corazón el recuerdo inmenso de esa navidad, que sigue celebrando, con el corazón repleto de gratitud.
Al volver a lluviopolis sintió que una parte de ella se había quedado entre las montañas de La Habana y los caminos que la llevaban a una iglesia. Lucía extraña el calor de esas calles, la sonrisa y los juegos de Andrea, Angélica, Juan Diego, Johan, Oscar. Lucía nunca olvidará su regalo de navidad: la alegría de compartir su vida. La posibilidad de celebrar la vida juntos, entre charlas, caminatas, encontrando a Dios en lo cotidiano.
Lluviopolis sigue aún más fría que nunca. Pero el recuerdo de La Habana hace que Lucía se replete de esperanza y calor para emprender nuevas aventuras.
La Habana, Diciembre de 2017.
- Angie es pedagoga de la Universidad Javeriana te puedes poner en contacto con ella escribiendo a angie.puentes@javeriana.edu.co