*Autora Tania Fuentes.
¿Cómo empieza esta experiencia?
Como empieza casi todo lo que aún no se ha emprendido, pero se anhela. Lleno de caminos que no se transitaron, suposiciones y cálculos equivocados.
Todo terminó siendo diferente. Pero era necesario dar el salto, el propósito de continuar aprendizajes en un modelo de vida más consciente tenía todo el sentido y aparentemente no se necesitaba más que con lo que ya se contaba.
Unos ahorros, una fe, una tierra y manos a la obra.
Entonces Palomino terminó siendo maestro y alumno, acompañante inseparable de este proceso, mirándonos desde todos sus ángulos, desde el mar Caribe, desde la Sierra Nevada de Santa Marta, desde sus suelos, que es siempre seno fértil aún pese a los estragos de la violencia, del miedo, y del usufructo del turismo desenfrenado.
Palomino, está situado al norte de Colombia, y al sur de la Guajira. A los pies de la Sierra Nevada de Santa Marta. Cuenta con una situación geográfica sorprendente. Pues entre los picos de la sierra y la costa se encuentran todos los ecosistemas que hay en el País, desde el páramo hasta el bosque andino o tropical, lo convierten en uno de los puntos calientes de biodiversidad. Todo esto convive con una larga historia de conflicto armado, donde se han visto actores relacionados con el cultivo de caña de azúcar, de marihuana, de coca, actualmente de monocultivos extensos de plátano y de palma de aceite; de paramilitares, de excombatientes y de nuevos combatientes.

En el departamento de la Guajira, encontramos también una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes de Latinoamérica. Paradójicamente presente en una de las regiones del país dónde la electricidad nunca está garantizada, y los apagones y la falta de cobertura de electricidad son de lo más común.
Además, Palomino se encuentra a media hora del Parque Tayrona, y está de camino en la Troncal del Caribe que conecta Santa Marta con Rioacha. Ruta necesaria para llegar a Cabo de la Vela y el desierto de Puntagallinas. Atravesado también en sus costados por el delta del Rio San Salvador y el delta del Rio Palomino. Todo lo anterior, en resumen, lo ha hecho un lugar muy atractivo para el turismo, especialmente extranjero, aunque también nacional.
¿Qué rol desempeña la tecnología social en esta experiencia?
Primero, hay que aterrizar la idea de que toda la tecnología es situada, y así como lo vivo, se desarrolla dentro de un contexto lleno de posibilidades para trasgredir, para ser y también para limitar.
Había un atisbo de que lo esencial para comenzar la construcción de Abya Yala era el agua, así que se construyó un pozo de agua de 5 metros de profundidad. La construcción del cuarto de herramientas fue lo siguiente y después la instalación de los paneles solares. Y es curioso porque en épocas de sequía o vísperas de la época de lluvia el pozo empieza a secarse más pronto y tenemos que optimizar aún más el uso del agua disponible. Cuando llega la época de lluvias el agua deja de ser un problema, pero pasamos tantos días cargados de nubes que a veces los paneles no se logran cargar el todo, y la electricidad pasa a ser otro bien escaso.
La tecnología social pasa a ser todo conocimiento, saber y o herramienta que ayuda en el proceso de adaptación y de construcción en el espacio. Y en esto el apoyo de vecinos y amigos que habían transitado ya este camino fue fundamental para evitar ciertos errores, por ejemplo, saber cuánto tardaba la madera en secar o qué madera era resistente y de calidad en este clima, cómo inmunizar.

Otros fueron inevitables, como aquella vez que Caro y Carlos se intoxicaron por el método de inmunización. Conocer de las enfermedades tropicales también es un factor que favorece una respuesta efectiva a estas. Y de esto la gente del pueblo sabe muchísimo. Comprender a fondo lo que hemos llamado la tecnología social pasa por dar respuesta a necesidades experimentadas y nos han forzado a encontrar maneras.
Aquí hemos aprendido de carpintería, es algo que no había hecho nunca.
Aprender a usar las herramientas, a usar un machete, saber qué es maleza o bueneza, mejor dicho. En cuánto a construcción varía mucho, la gente sigue modelos recientes que se volvieron convencionales como la construcción en concreto. Sin embargo, la atracción del turismo que busca exotismo ha popularizado también construcciones y materiales más de la zona. Y justamente también se ha relacionado con una mayor adaptabilidad a las condiciones climáticas.

¿Qué significaba construir un sueño en lugar como éste para Carlos, Carolina y Tania?
Cachacos, como nos llamaban allí. Nosotros habíamos nacido en el interior, sin embargo, migramos desde muy jóvenes, y nos conocimos en España, en Madrid. Nunca habíamos vivido este tipo de inmersión en otro lugar, y nunca con los propósitos y sueños que nos han levantado.
Carlos es de formación ingeniero en robótica y en Abya Yala se ha hecho arquitecto consagrado. Carolina es educadora social, y uno de sus múltiples oficios en Palomino es la enseñanza de español a personas extranjeras, al igual que Tania, además de vender el pan artesanal de La Sierrita.
Para nosotros significaba que casi todo estaba por aprender. Los ritmos de Palomino que se rigen por la marea, la luna, las épocas de lluvia tropical, los picos del turismo.
El comercio, el acceso a los recursos esenciales como el agua o determinados alimentos, a otros no tan esenciales en el día a día, pero sí para la construcción de este espacio, como la madera, por ejemplo.

Habitar el territorio, ha sido resignificar el habitar en todos los sentidos, comprender la vida aquí y sumergirse en ella. Ha sido incluso resignificar el cuerpo que termina por adaptarse al calor inclemente de medio día, a las picaduras de los mosquitos, a las épocas de vientos, a las tormentas eléctricas, a la humedad, etc. Y aprender incluso a protegerse; antes de venir acá recuerdo que compré un par de pantalonetas para trabajar, que no llegué a utilizar el primer día porque finalmente lo más cómodo y lo que mejor nos protegía eran las camisas o pantalones largos.
En la construcción de la última cabaña por ejemplo se ha puesto en práctica todo lo relacionado con la carpintería. Algunas cosechas de lo que nos ha prendido. Lo que hemos aprendido para adaptarnos a la vida aquí en el Caribe, que es tan distinto de dónde venimos. Cómo comer o cómo vestirse. Y aprender a cómo estar en una sociedad que está tan pendiente de uno, para bien y para mal.
¿En qué se ha materializado esta experiencia?
Poco a poco esta experiencia se ha convertido en un domo geodésico de madera, con pedestales de medio metro de alto para que no se inunde en épocas de lluvias. Tabla a tabla y triangulo a triangulo fueron medidos de forma especial para encajar el uno con el otro. Trabajar con elementos vivos como la madera ha traído como aprendizaje que nada puede ser hegemónico o propiamente sistemático porque cada parte va a comportarse de una forma singular y la mayoría de las veces impredecible.
Ha significado no dejar de reinventarse, construir algo y ponerlo a prueba. Como el primer cuarto que tuvimos para guardar herramientas, materiales, las baterías de los paneles solares, etc. Con la llegada de la primera lluvia el nivel del agua subió tanto que tuvimos que correr en plena tempestad para salvaguardar todo aquello.

En el huerto, igualmente, ha sido intentar en repetidas ocasiones, enfrentar las frustraciones de que a veces las plantas murieran sin siquiera llegar a dar fruto. Poner a prueba la disciplina que requiere el cuidado, pues no es suficiente solo cuando se puede sino siempre que es necesario. Ha sido también la satisfacción y el estallar por dentro de la felicidad cuando comimos de las yucas que sembramos, que pudimos sembrar correctamente gracias a la ayuda de doña Herminda. O disfrutar de las guayabas que no cesaban en su época de cosecha. Verlas acumularse y no saber qué hacer con tanta guayaba. Explorar la creatividad de la alimentación con lo disponible en el huerto. La albahaca a prueba de todo siempre. Las berenjenas tristes. Los chiles, la alegría de la huerta que Caro transforma en encurtidos deliciosos. Los plátanos siempre creciendo a la velocidad de la luz.
El trabajo de la limpieza de la trampa de grasas. Y su funcionalidad. Ver el compost, y el esfuerzo de todos, el calor, la humedad, la lluvia, las lombrices, las arañas, los hongos, limpiando y transformando en nutrientes lo que pensábamos muerto. El futuro alimento de todo lo que crece en Abya Yala. Y el a veces indeseable crecimiento que no cesa, pues desyerbar tampoco es una tarea que de mucha tregua. Con el tiempo descubrir que lo idílico deja de serlo, eventualmente la realidad se llena de belleza con alegrías más humildes, que esconden el trabajo y el esfuerzo. El mérito de transformar este espacio, que no sabemos sí nació para alegría, pero la ponemos día a día al servicio de ésta.
¿sí hubiese la posibilidad de volver a empezar qué harían diferente?
La casa prefabricada para vivir, antes que nada. Lo que haría primero sería una habitación, una cama. Algo chiquitico, rápido, sencillo. Y … me hubiera gustado hacer el encerramiento porque la verdad que la privacidad es algo que extraño mucho. La vida ocurre afuera casi que al cien por ciento. Y a veces uno se siente demasiado expuesto.
Gracias Carolina y Carlos por compartir un poquito de sus vivencias y aprendizajes para realizar este artículo.
