Valentina Urbina Velásquez*
A través de la experiencia de viaje a Boyacá, Colombia, me encontré con información valiosa acerca de la necesidad de volver a contar con cultivos agroecológicos y amigables con el ecosistema. Aquellos que garantizan la soberanía alimentaria por encima de los monocultivos de grandes extensiones, que conllevan al desgaste de la tierra y del campo.

La llegada
Fueron casi cuatro horas de viaje desde la Universidad del Rosario hasta la Fundación San Isidro (FSI) ubicada en Duitama, Boyacá. Durante ese tiempo de viaje, todos nosotros –estudiantes de antropología y sociología- teníamos hambre y mucho cansancio. El bus parecía Melgar; el calor humano se apoderaba de los casi 20 puestos sin ventanas y preguntábamos con gran desesperación a Laura, nuestra profesora, cuándo llegaríamos. Ella con mucha paciencia, nos decía que pronto. Fue allí cuando vimos un letrero gigante que decía “Bienvenidos a Duitama”; un letrero que emocionó a más de uno. Más adelante se subió Don Isaías, un señor de unos 45 años, con canas en su cabello, un saco verde zapote y un pantalón caqui, quien nos guio hasta nuestro lugar de destino: la Fundación San Isidro (FSI), una fundación que le enseña a los campesinos y campesinas nuevas alternativas agroecológicas para la siembra de sus productos.
Cuando llegamos a la fundación se abrieron las puertas del bus y de manera automática comenzamos a coger nuestras maletas y a bajar del mismo. Cuando bajamos estaba ahí ‘Mateo’, un perro labrador que estaba muy mojado, pues, al parecer, había llovido fuertemente previo a nuestra llegada. ¿Seguiría lloviendo en el resto de la noche? A oscuras y con la guía de Don Isaías, nos dirigimos al comedor que parecía de colegio.

La noche
En medio de la oscuridad, se veía que la fundación tenía mucha vegetación. Es decir, había todo tipo de plantas, flores y hortalizas. En ese momento, ya todos sentados en el comedor y listos para comer, nos dieron la bienvenida oficialmente. A mis amigos y a mí, nos sorprendió que Isaías siempre hablaba de manera incluyente porque teníamos la concepción de que las personas del campo eran machistas y, por lo tanto, el tema de la inclusión no era muy común en este lugar. Comimos en compañía con un perro criollo que todos llamábamos “pulgas”
Mientras comíamos Don Isaías llegó con tres juegos de llaves en sus manos para alojarnos en las cabañas. Cuando llegamos a la cabaña que mis amigos y yo habíamos escogido, con mucha amabilidad y sabiduría Isaías nos indicó que ‘Sie’, el nombre de la cabaña, se refería a la diosa del agua para los muiscas. Finalmente, no llovió en la noche, antes hizo un frío cálido completamente alejado al frío de Bogotá en la que todos estamos acostumbrados a vivir.

La historia
El sol salió en todo su esplendor como nunca se podría ver en la fría Bogotá porque la contaminación hace que se pierda el sol en medio de las nubes de smog. Al terminar el desayuno a eso de las 7:40 de la mañana, nos encontramos con Don Isaías en uno de los auditorios de la FSI. Al entrar Don Isaías volvió a saludarnos con cordialidad e inclusión, esta vez, pudimos verle bien el rostro. Se le veían unos grandes ojos entre verdes y azules, un rostro cansado y una seriedad pura en su rostro. Después de saludarnos y contarnos que él era de Ráquira, un pueblo en Boyacá, y que llevaba 28 años en la Fundación San Isidro, comenzó a relatarnos con toda disposición y gentileza cómo había nacido la fundación.

Entre 1977 y 1978, la pastoral social de la iglesia católica de Duitama comienza a ayudar a las personas de la zona. La hermana Teresa, monja de Duitama, renuncia a su hábito religioso por dos cosas claves 1) la fuerte jerarquización en la iglesia y 2) que la pastoral solo trabajaba con los hombres. Según Don Isaías, que contaba con mucha emoción la historia, para la pastoral la mujer solo era objeto reproductivo y no alguien que pudiera ayudar en el campo. Fue aquí cuando poco a poco, nos dimos cuenta que para la fundación son importantes las mujeres y esa era la razón por la que Don Isaías todo el tiempo estaba hablando de manera incluyente. A unos cuantos nos sorprendió la actitud que la hermana Teresa tuvo frente a la iglesia ya que ella siempre luchó para que las mujeres rurales fueran tomadas en cuenta como productoras y trabajadoras del campo.
En 1980, la hermana Teresa, quien ya sin hábito se llamaba Ana Teresa, comenzó a trabajar junto con un grupo de promotores campesinos y campesinas procedentes de varios municipios de Boyacá con las comunidades inicialmente con programas en prevención de enfermedades, un segundo proyecto sobre equidad de género y continuando con desarrollo agropecuario en el campo hasta la actualidad. Todo comenzó a hacerse más claro para nosotros, la fundación apoyaba totalmente a la mujer y el hombre campesinos como uno solo que trabaja la tierra. Mientras Isaías nos contaba esto con mucha emoción y respeto, se veía en todos con la cara de sorpresa, San Isidro trataba de combatir por completo el machismo que se vive en Boyacá.
Aunque la Fundación San Isidro tiene un origen católico, cuenta con muy pocas imágenes religiosas dado que la organización quería que todas las personas, independientemente de sus creencias, se sintieran cómodas en la fundación. Al parecer, estábamos en una fundación que ve importante el papel de la mujer rural y, además, respeta la libertad de culto. El sol picaba más fuerte, el cansancio y el calor se comenzó a sentir entre todos los presentes. Un cansancio físico y también un poco mental.
La huerta y las semillas
Cuando Don Isaías terminó su recuento histórico sobre la FSI, pasaron rápidamente tres mujeres que comenzaron a contarnos un poco más de cómo funcionaba y qué pretendía la fundación. Enseguida y tomando mucho tinto nos comenzaron a contar que la fundación apoyaba y apostaba por completo por la agroecología y la defensa del territorio, sumado a la importancia de la soberanía alimentaria. Cada una de ellas tenía una actitud diferente frente a nosotros. Por un lado, una de ellas que era la más seria de todas, insistía todo el tiempo en hablar sobre cómo desde nuestras carreras podíamos tener incidencia en el campo. Por otro lado, estaba quien siempre sonreía y nos explicaba con mucha calma las cosas que no entendíamos, además fue la guía que tuvimos en la huerta. Y, por último, quién de todo se reía, miraba con mucha tranquilidad y trataba de hacernos reír todo el tiempo. No obstante, todas se veían mujeres rurales fuertes que sabían lo que hacían en el campo. Su forma de hablar nos permitía ver esto. Poco después, cada una de ellas nos mostró con mucha tranquilidad, cómo funcionaba el campo y cómo este nos servía a todos.
Por otro lado, y a modo de reflexión, nos enseñaron un poco más sobre los Tratados de Libre Comercio (TLC) y el paro agrario nacional de 2013 que las personas en la fundación vivieron de manera directa. Según lo que nos contaban entre el año 2012 y 2015 hubo 50 protestas agrarias las cuales, terminaron en negociaciones fallidas con el gobierno. Adicionalmente, se buscaba que el gobierno reconociera y tratará de recuperar las semillas nativas y criollas que no solo son sostenibles ambientalmente sino también ayudan a las comunidades a garantizar la soberanía alimentaria o la capacidad y la autonomía para producir, intercambiar y consumir sus propios alimentos. Por otro lado, nos hablaron de los TLC y cómo éstos afectan al campesino, no solo porque se importan productos más baratos de otro país, sino también porque se le quitan los subsidios a los campesinos y esto trae una amplia desventaja frente a los productores de los países industrializados, en especial de Estados unidos y la Unión Europea, quienes están respaldados por subsidios otorgados por sus gobiernos.

Finalmente, llegó el momento de enseñarnos sobre las semillas criollas y las huertas. Una de las socias de la FSI nos ayudó en este viaje entre las semillas y la huerta, enseñándonos las propiedades de las plantas y cómo podríamos usarlas en nuestra vida diaria. Entre esas plantas se encontraban las ibias, perejil, espinaca, zuquini, quinoa y los esparragos, las cuáles, según ella, pueden usarse de manera gastronómica, gourmet o en la comida tradicional. Entre risas nos contaba que las ibias son difíciles de comer porque tienen un sabor diferente y eso hace que sea un producto que no le gusta a mucha gente. Por otro lado, nos contó cuáles plantas hacían parte del uso medicinal como la sábila, llande, manzanilla, suelda-consuelda, contrey y yerbamora. Esta última elimina los morados o rojos que tengan las personas en la piel; en ese momento mis amigos y yo nos reímos porque suelo caerme con frecuencia, seguramente todos pensábamos que era la planta que yo necesitaba.
Mientras caminábamos bajo el calor, nos contaban que una vaca podía producir casi una tonelada de estiércol lo cual se utiliza para el humus para abonar los cultivos de la FSI. Igualmente, la fundación usa lombrices rojas californianas para producir abono orgánico.
Para estas tres mujeres de la FSI es importante resaltar que el campo tiene mucha desinformación no solo por los campesinos sino también, por las personas de las zonas rurales. Por ejemplo, según ellas nos contaban con mucha molestia e indignación, muchas personas no reconocen la importancia de tener variedad de cultivos. Esta variedad de la que ellas hablan es importante porque evita las plagas y crea alelopatía, que es cuando las plantas se cuidan entre ellas. Esto fue bonito porque las plantas mismas se cuidan entre ellas para evitar las plagas. Por ejemplo, muchas veces se siembra la papa, pero en los espacios restantes se sirva alverjas para que juntos se cuiden entre sí, otro ejemplo sería la milpa mexicana que se siembra maíz, chiles, frijoles, calabaza y todas están ayudan a mantener el ecosistema y así mismo que se cuiden entre ellas mismas. Por puro cuidado y respeto los seres humanos deberíamos ser como las plantas y cuidarnos entre nosotros. Este momento en la huerta fue la que nos permitió a todos unirnos un poco más, pero en ese momento de la salida reconocimos la importancia de lo agroecológico en nuestras vidas.
La salida en la huerta nos dio a todos mucho de qué hablar no solo porque nos sorprendieron algunos datos que nos daban, sino que también, nos ayudó a entender que el campo es más que solo productos vegetales, el campo es cuidado y respeto por lo que se consume y las personas que están ahí. Se fue oscureciendo mientras íbamos a un bosque nativo, en el cual nos enseñaron a sembrar arroz cocinado para que este tomará los bioquímicos necesarios del bosque para así poder usarlos para los biopreparados. Se hizo de noche e hicimos una fogata entre todos. Fue una noche cálida, fuerte y con muchas risas.
Tuta con Doña Aurita
Eran las siete de la mañana cuando todos llegamos a desayunar; se notaba nuestro cansancio en la cara, pero teníamos la mejor actitud para ir a Tuta, a una hora de Duitama. Nos despedimos de todos quienes en la fundación nos habían atendido, nos despedimos de nuestros amigos perrunos que siempre nos acompañaban como cuidándonos. El bus volvió a parecer Melgar, el calor humano volvió a juntarse, pero esta vez si todo con un silencio sereno porque íbamos durmiendo hasta que llegamos a Tuta, específicamente a la casa de Doña Aurita una señora de edad avanzada que tenía trenzas, un vestido rosado y pantalón naranja. Doña Aurita al vernos se emocionó dijo que estaba muy feliz por vernos ahí y que si nos podíamos presentar.

Doña Aurita nos comenzó a contar sobre su vida, dijo que siempre había hecho trabajo en el campo, que su padre era campesino y que, al igual que él, ella se ha dedicado a las actividades agropecuarias. Ella con mucha felicidad nos decía que le gustaba mucho bailar porque consideraba el baile como una expresión cultural; en especial gustaba del ‘Torbellino’ que es el baile representativo de una parte de Santander y Boyacá. Poco después de la presentación y el calor que todos teníamos debido al sol tan fuerte que hacía, nos dirigimos a conocer la casa de doña Aurita y junto con ella iba Don Alfonso, vecino de la señora Aurita y quien nos estaría acompañando en la experiencia.

También, nos ayudaría un ingeniero agrónomo que nos iba contando un poco más sobre el campo y cómo este funcionaba, no sin antes dejarnos en claro que la agroecología era una buena forma para poder realizar una buena labor en el campo. Posteriormente, nos explicaron cómo se realiza el abono con ingredientes naturales tales como: heces de res, gallina, de caballo, suero, melaza, ceniza, cal y levadura, que ayudan a que sea un buen abono. Nos dirigimos a nuestra experiencia de sembrar, la emoción se nos notaba en nuestras caras, la incertidumbre también y, además, todos queríamos vivir ya la experiencia del campo frente a frente, tanto la profesora como la profesora auxiliar estaban tan emocionadas.
El aprender
Al momento de sembrar y labrar la tierra, nos dimos cuenta que el trabajo del campo es duro y que no solo es un trabajo que hacen los mayores y los hombres, sino también las mujeres y los jóvenes, quienes muchas veces son actores invisibilizados de esta historia del campo.
Comenzamos a sembrar arando la tierra para que estuviera lista para sembrar, luego nos preparamos para echarle el abono a la tierra para así poder sembrar, la papa, las ibias, las alverjas, las habas. Para sembrar se debe tener en cuenta que hay varios procesos: el primero es que la papas tiene que ser sembradas con alverjas al lado, por lo que anteriormente llamamos ‘alelopatía’, cuando ya se realiza toda la siembra. Se dispone a cerrar el cultivo con los azadones y con esto poder esperar alrededor de seis meses a un año para que todo lo que sembramos comience a dar frutos. Sin embargo, contar el proceso es fácil, su ejecución lleva más de dos horas de trabajo.
Mientras sembraba papa me di cuenta que es complicado no conocer el producto y no saberlo trabajar bien; en algún momento, el ingeniero comenzó a regañarme porque un tallo de la papa se había caído, yo no sabía bien qué hacer, pensé que todo lo había dañado, me sentí mal, algo de angustia, me ganó en el cuerpo.
Toda esta angustia me pasó hasta que uno de los vecinos de Doña Aurita se me acercó y me dijo con tranquilidad “Tranquila, esto es nuevo para usted. No pasa nada, es solo aprender, el campo es aprender”. Esta frase me permitió darme cuenta que el campo es un arte, un arte que todos deberían conocer no solo porque puede ayudarnos a tener soberanía alimentaria sino también, porque nos permite entrar en conexión con la naturaleza y con lo que comemos casi a diario, no sin antes conocer bien cómo se realiza esta labor.
La travesía finalizó con mucha emoción y con algo de nostalgia. No sin antes tener varias palabras y frases retumbando en mi cabeza como las de la señora María quien con cariño dijo “El campesino o campesina pierde e igual sigue sembrando; de eso se trata ser campesino”. Ser campesino es no desfallecer y salir adelante con la cosecha. Para todos y cada uno de nosotros y nosotras antropólogos/as, periodistas, artistas liberales y/o sociólogos/as nos enamoró el campo, las personas que hay en él y la fundación San Isidro que nos permite salir de la ciudad para untarnos de tierra en nuestro campo.
*Estudiante de séptimo semestre de periodismo y opinión pública con doble programa en antropología en la Universidad del Rosario. Hace parte del grupo de estudio de teoría política y filosofía política liderado por el profesor Milton Valencia de la Universidad del Rosario. Sus temas de interés en investigación son las subculturas musicales y el género.