Laura Camila Bejarano Tavera*
Resumen
En este artículo presento información y vivencias obtenidas como resultado de una salida de campo realizada entre el 28 y el 30 de septiembre del 2018, a la Fundación San Isidro (FSI) en Duitama Boyacá. Asimismo, expongo los objetivos, las condiciones productivas y organizativas de la fundación, la cual trabaja alrededor de la agroecología y la producción de productos orgánicos; y sustento cómo el abandono y no reconocimiento por parte del Estado les ha generado desventajas que los ha puesto en posiciones críticas que han tenido que enfrentar y resistir. De igual forma, presento mis experiencias como estudiante de la Universidad del Rosario.
La información de este artículo
está basada en miembros de la FSI que han trabajado durante
años allí: Isaías Rodríguez (funcionario de la junta directiva), Johana
Ramírez (presidenta de la junta directiva), Esperanza Cortés (vocal de la junta
directiva) y Aura María (beneficiaria); así como en trabajos que se han
realizado alrededor de temas sobre sector rural y la apertura económica en
Colombia (PNUD 2011; Grupo Semillas 2013; Suárez 2015). Las ilustraciones son
en co-autoría con Ana Pinzón, estudiante de publicidad de la Universidad Central.
1. Introducción
Aproximadamente, a 4 horas de Bogotá, se encuentra Duitama, un municipio en el departamento de Boyacá, Colombia. Desde la salida de Bogotá, hacia Boyacá se aprecian increíbles paisajes de extensas montañas verdes que no desaparecen al llegar a Duitama. A unos 10 minutos, en carro, de la plaza central de Duitama, se llega a una finca en la que se estableció hace más de dos décadas la Fundación San Isidro (FSI). En este lugar, nos encontramos con personas increíbles que trabajan por mejorar la vida de los campesinos en Colombia, especialmente de Boyacá. El lugar es acogedor, cuenta con un gran comedor y un par de casas con varias camas y baños, diseñados para hospedar campesinos que recibían capacitación ahí, así como con una increíble vista que permite apreciar los amaneceres y atardeceres de Duitama.
Allí, nos acogieron miembros de la FSI: Isaías Rodríguez (funcionario de la junta directiva), Johana Ramírez (presidenta de la junta directiva) y Esperanza Cortés (vocal de la junta directiva) quienes nos contaron sobre la fundación, su forma de trabajar, sus aportes a los campesinos y las dificultades que han tenido que enfrentar:
La Fundación San Isidro (FSI) es una organización (compuesta por una
Junta Directiva y una Asamblea) sin ánimo de lucro, que busca mejorar la
calidad de vida y la igualdad de condiciones por y para los campesinos,
promoviendo así el liderazgo democrático y participativo. Nació alrededor de
los años 80 por la Pastoral Social de Duitama. Sin embargo, para la época este
liderazgo participativo y democrático no se daba de igual forma en el sector
rural entre hombres y mujeres; teniendo en cuenta que
las mujeres han sido históricamente relegadas a trabajos del hogar y el cuidado, sin ser tenidas en cuenta en las esferas públicas (PNUD, 2011: 134). Afirman los integrantes de la FSI, que fue la monja Teresa, quien en los años 80 también, con enfoques de género y servicio social, consolidó la FSI como una organización al servicio de toda la comunidad campesina en Boyacá.
A lo largo de los años, esta fundación ha afianzado sus objetivos bajo un eje principal: la capacitación en agroecología con policultivos, estableciendo así una misión encaminada a la búsqueda de la autonomía de producción para el comercio y consumo de productos agroecológicos de la comunidad campesina. Asimismo, se ha proyectado como una fundación auto-sostenible, tanto organizativa como económicamente, bajo los principios de fraternidad, respeto en las diferencias, igualdad de género y reconocimiento y valoración de los saberes y comunidades.
En suma, la FSI busca que la comunidad campesina de Boyacá sea reconocida en el mercado nacional por su producción y defensa del territorio que además incluye: el cuidado del medio ambiente, rechazando los agroquímicos y la utilización de semillas genéticamente modificadas (GM); la producción y defensa de la soberanía alimentaria y la tenencia de la tierra como un problema que ha tenido el país desde hace décadas y que no ha sido resuelto pese a las reformas agrarias que se han implementado en Colombia desde hace siglos (Franco y De los Ríos, 2011).
Ahora bien, aunque la FSI tenga objetivos de apoyo y mejora en diversos aspectos importantes para el
sector rural, ésta no tiene

garantías de que siga funcionando y, en este punto, el abandono y no reconocimiento por parte del Estado colombiano es su principal factor de desventaja. En primer lugar, el Estado no reconoce su función y por ende no la apoya económicamente, por lo que los funcionarios no tienen sueldo y, aunque reciba apoyo de instituciones internacionales, este no ha sido suficiente para que la FSI pueda auto-sostenerse. En segundo lugar, El Estado se ha encargado de ejecutar políticas y leyes que, en vez de favorecer al sector rural o a los pequeños productores, solo los ha puesto en desventaja. Esto se ve reflejado en la apertura económica y los TLCs impulsados desde los años 90 y que provocaron una crisis en el sector rural; así como en la Ley 1562 de 2012 sobre Sistema General de Riesgos Laborales, que impone una serie de requerimientos que tienen como objetivo adaptar las instituciones con infraestructura en higiene, seguridad laboral y manejo de emergencias. Sin embargo, lo que no contempla la ley es que no todas las instituciones, como es el caso de la FSI, cuentan con recursos para lograr el cumplimiento de dicha ley. Ante esto, la FSI ha intentado resistir y tomar medidas que permitan su continuidad como organización para seguir ayudando a los campesinos. Sin embargo, su situación cada vez empeora y tanto el Estado como la sociedad no tienen en cuenta sus esfuerzos y el de los campesinos que trabajan para la producción del país.
2. La FSI: iniciativas alrededor de la agroecología
En Colombia , desde los años 80, la FSI busca que los campesinos consigan autonomía en la producción para el comercio y consumo de productos agroecológicos y promueve la defensa del territorio, incluyendo: el cuidado del medio ambiente, rechazando los agroquímicos y el mercado de semillas GM; la defensa de la soberanía alimentaria y la equidad en la tenencia de la tierra como un problema que ha tenido el país desde hace décadas.
En ese sentido, la FSI ha implementado modelos de agroecología, con los que buscan fomentar procesos de aprendizaje colectivos entre los campesinos boyacenses para que generen productos orgánicos y eviten seguir dañando la tierra, consumir y/o endeudarse con empresas que promueven agroquímicos, productos transgénicos y semillas GM.
De igual manera, la FSI busca mantener y defender
la seguridad y soberanía alimentaria. La seguridad alimentaria es un “principio
rector de políticas gubernamentales que busca combatir el hambre y la pobreza
rural” (Gutiérrez Escobar, en imprenta: 1), y es definida
por la FAO y el Estado como: tener disponibilidad de alimentos y recursos para
comprar dichos alimentos (FAO, 2006 en Gordillo y Méndez, s.f.). La soberanía
alimentaria es, además de disponibilidad de alimentos, tener la capacidad y
autonomía para producir sus propios alimentos de forma ecológica y sostenible y el control de lo que hace
posible que se produzcan dichos alimentos (agua, tierra, territorio, semillas y
biodiversidad) (Gutiérrez Escobar, en imprenta: 1).
En ese sentido, la FSI ha realizado múltiples proyectos con alrededor de ochocientas familias, que han sido capacitadas y se han visto beneficiadas por las técnicas para producir abonos orgánicos, conservar semillas nativas, mantener la tierra libre de plagas que generan los monocultivos, y generar, por el contario, policultivos para autoconsumo y el mercado evitando que los campesinos sigan entrando en mercados desiguales y que solo los afectan económicamente.
2.1 Productos orgánicos en la FSI
En la finca de la FSI hay una granja para la producción de abonos orgánicos tanto líquidos como sólidos (como el de excremento de vaca que es transformado por lombrices rojas de california). Estos, contaba Johana, ayudan a la conservación de microorganismos de la tierra y a generar que ésta no se deteriore.
Por otra parte, la fundación cuenta con una huerta de productos agroecológicos para el consumo (tanto alimenticio como medicinal), la venta y la conservación de semillas nativas y criollas. Las semillas las obtienen por intercambio con otros campesinos o en las producciones. En esta huerta hay quinua, ruibarbo, sábila, perejil, ibias, apio, pepino para guiso, espárragos, zanahoria, etc.
Mientras nos mostraban la diversidad de cultivos, Esperanza enseñó una semilla revestida por un químico de color azul contra las plagas, pero que naturalmente es de color blanco. Mencionó que estas semillas

industriales son promovidas para la producción de monocultivos, lo que genera, además del daño a la tierra y la biodiversidad que, por una parte, el campesino se vuelva dependiente de un solo producto y, por tanto, muy vulnerable a las crisis provocadas por condiciones ambientales y socio-económicas (ya sea por clima, demanda de producto, etc.). Por otra parte, el monocultivo crea las condiciones para la aparición de plagas que muchas veces no pueden ser ya controladas por los herbicidas o insecticidas, por lo que la plaga termina invadiendo todo el cultivo.
En ese sentido, Esperanza afirmaba que los policultivos evitan la proliferación de las plagas (como hongos y gusanos), ya que, al ser diferentes de acuerdo al cultivo, estas no pueden propagarse si no tienen suficiente comida. Así mismo, que los productos orgánicos no dañan la tierra, son sencillos de cultivar con abonos caseros, aunque requieren trabajo, y terminan siendo más saludables y beneficiosos para la biodiversidad.
2.2 La puesta en práctica en la finca de la señora Aura, una beneficiaria de la FSI
Para ver de cerca el trabajo de la FSI, visitamos la finca con policultivos de la señora Aura, una beneficiaria de la fundación, quien nos enseñó a cultivar y a reconocer el arduo trabajo de los campesinos para conseguir y mantener la soberanía alimentaria y abastecer al país.
En ese sentido, nos llevó al terreno que íbamos a sembrar. Allí empezamos con el arado para hacer los huecos en la tierra, el cual está ensillado a un caballo para que hale, mientras uno debe manejar al caballo y el arado de forma recta. Sin embargo, por falta de práctica, un campesino amigo de Aura nos ayudaba a guiar al caballo, mientras nosotros guiábamos el arado. Luego de hacer los huecos, abonamos la tierra, con abonos orgánicos hechos por la señora Aura con ayuda de la FSI [Para ver recetas de abonos orgánicos compartidos y producidos por la FSI, ver anexo al final de texto], y cogimos las semillas nativas que nos brindó Aura y las sembramos a una distancia de un pie aproximadamente. Sembramos, en el mismo lugar maíz, frijol, ibias y arvejas; pues, comentaba Aura que al momento de la cosecha tendría variedad de alimentos y podría evitarse más fácil la proliferación de plagas. Finalmente, para cerrar los huecos usábamos azadones.

Sin embargo, el trabajo, aunque suena sencillo, duró varias horas y fue muy agotador. Aprendimos no solo a sembrar, sino a valorar todo el esfuerzo de días que hacen los campesinos para la cosecha. Mientras nosotros éramos aproximadamente 40 personas sembrando, normalmente en la finca solo es Aura, quien ya es una señora de edad y su hijo, un joven que espera seguir el trabajo de campesino como le ha enseñado su mamá.
Ver a Aura trabajar a la edad en la que cualquiera espera estar descansando provocaba nostalgia; no es la única campesina a su edad que aun trabaja en la tierra y no es la única que intenta mejorar la biodiversidad y promover la agroecología, gracias a la FSI, y sin reconocimiento del Estado.
De esta forma, se puede apreciar que los integrantes de la FSI han trabajado duro para conseguir recetas de abonos y conservar semillas nativas y criollas, para así enseñarlas y compartirlas a productores como Aura, con el fin de capacitar y ayudar a que los campesinos en Boyacá cultiven de manera orgánica, recuperando el conocimiento tradicional y rechazando los agroquímicos y sus consecuencias.
Igualmente, es evidente el trabajo arduo de los campesinos para mantener la biodiversidad, la soberanía alimentaria y abastecer a todo el territorio colombiano. En ese sentido, hace falta valorar y reconocer su esfuerzo, y el de la FSI, tanto por parte del Estado que los ha abandonado, como por parte de cada uno de nosotros.
3. Consecuencia de las políticas del Estado colombiano
A lo largo de los años, el Estado colombiano se ha encargado de ejecutar políticas y leyes que, en vez de favorecer al sector rural o a los pequeños productores, solo los ha puesto en desventaja. Ante esto, los campesinos y particularmente la FSI se han visto inmersos en crisis y dilemas que, aunque han podido resistir y muchas veces solucionar, también los ha afectado sin tener ayudas o respuestas del Estado. Dos ejemplos claros de ello son la Ley 1562 de 2012 sobre Sistema General de Riesgos Laborales y la apertura económica de los años 90 y la firma de TLCs.
3.1 Sobre la Ley 1562 de 2012
En el 2012 el gobierno decretó la Ley 1562 sobre el Sistema General de Riesgos Laborales la cual “es el conjunto de entidades públicas y privadas, normas y procedimientos, destinados a prevenir, proteger y atender a los trabajadores de los efectos de las enfermedades y los accidentes que puedan ocurrirles con ocasión o como consecuencia del trabajo que desarrollan” (Congreso de la República, 2018).
En ese sentido, y en términos generales, bajo esta ley a las organizaciones como la FSI les han exigido adaptar el lugar en el que se establecen con implementos de salud y emergencia, así como infraestructuras rígidas y adecuadas para todo tipo de público, donde se incluye, por ejemplo, personas con discapacidad.
Ante esta ley, la FSI ha hecho lo posible por tener implementos necesarios; sin embargo, al ser una entidad sin ánimo de lucro y al no ser reconocida ni recibir ayuda económica del Estado, ésta no tiene los recursos para reconstruir el lugar y adecuarlo con la infraestructura que demanda la Ley, teniendo en cuenta que fue construida hace muchos años. Por esta razón, en estos momentos la fundación está pensando en cerrar sus puertas y con ello la posibilidad de que muchas otras familias campesinas se beneficien de sus conocimientos, pues el Estado no les presta atención, ni les da soluciones y ellos no tienen como cubrir los gastos.
3.2 La apertura económica, sus consecuencias y la resistencia de los campesinos con el paro nacional agrario de 2013
A inicios de los años 90, en Colombia, con el auge del neoliberalismo se implementó el modelo de apertura económica en el gobierno de César Gaviria. Dicho modelo, posteriormente implementado a partir de Tratados de Libre Comercio, tenía como objetivo insertar al país en el mercado global, promoviendo el desarrollo del sector agropecuario del país. Se tenía planeado, además brindarles conocimiento y seguimiento para apoyarlos en su proceso de inserción a los mercados globalizados.
Sin embargo, comentó Isaías y se afirma en diversos trabajos (Suárez 2015; Grupo Semillas 2013), lo que terminó sucediendo fue que empezó a producirse un mercado desigual donde los campesinos de Colombia se han visto afectados. Pues el Estado en primer lugar, no implementó dicho apoyo, como se hizo por ejemplo en la Unión Europea, y los campesinos empezaron a verse en crisis al no poder competir en condiciones dignas. En segundo lugar, los campesinos entraron más fuertemente al mercado de agroquímicos, semillas transgénicas y monocultivos, afectando el medio ambiente y dejando de lado las semillas nativas y criollas, así como los conocimientos tradicionales. En tercer lugar, el país no cuenta con conectividad por vías e infraestructura, lo que provoca que el traslado de alimentos sea más difícil y costoso. En cuarto lugar, las importaciones comenzaron a intensificarse y el país empezó a importar más de lo que exportaba.
Isaías nos brindó cifras desalentadoras: por una parte, que en los primeros años de vigencia del TLC con Estados Unidos el 70% de los campesinos (equivalente a 400.000 familias) se vieron afectados en su producción. Por otra parte, que el incremento de la importación se ha dado de la siguiente manera: para 1990 Colombia importaba alrededor de 720.000 toneladas; entre 1990 y 2002 importó 6’700.000 toneladas; entre 2002 y 2010 las importaciones subieron a 9’800.000 toneladas y entre 2010 y 2015 llegaron a las 12’000.000 de toneladas. En contraste para el 2015 Colombia solo exportó 4.6 millones de toneladas, especialmente de banano, café y flores; lo que da cuenta de la desigualdad y crisis en el sector campesino, pues finalmente, lo que se importa es mucho más barato que lo producido y ello genera, a su vez, que los campesinos, al no tener ganancias ni recursos, no puedan producir a grandes escalas.
En complemento, entre lo que importa Colombia están productos que pueden ser fácilmente producidos acá, como el trigo, cebada, garbanzo, arroz, lenteja, maíz, etc. De modo que, bajo el abandono del Estado, los campesinos de todo el país se han visto inmersos en una quiebra total de su producción debido a que no pueden competir con países, como Estados Unidos, que si garantizan maquinaria, insumos, seguros de cosecha y créditos. Pues en Colombia los campesinos se endeudan y muchas veces pierden sus tierras, lo que los obliga a trabajar en otros campos como el sector minero.
Por su parte, el Grupo Semillas (2013) menciona que el Estado ha sido permisivo frente al mercado de agroquímicos y semillas transgénicas, en manos de grandes empresas como Monsanto y Syngenta, lo que ha generado el deterioro de la biodiversidad y la dependencia del campesino a este mercado.

Bajo este panorama y sumado a la desigualdad en la tenencia de la tierra en las que Isaías afirma que en Colombia no se puede hablar de soberanía alimentaria teniendo en cuenta que solo el 0,06% de propietarios de la tierra son dueños del 53,5% de la tierra y el 86,6% de la población tiene el control de solo el 8,8% de la tierra. A modo de resistencia por parte de los campesinos, entre 2012 y 2016 se presentaron más de 50 protestas agrarias con el fin de poner fin a la situación que vivían los campesinos y mostrar resistencia a las políticas estatales. Se levantó el sector de lácteos, de cafeteros, de paperos, el sector cárnico, etc.; principalmente por la importación masiva a precios muy bajos; por medidas del Estado como el uso de glifosato (que produce cáncer y daña la tierra); por falta de ayudas estatales en maquinaria e insumos, entre otros efectos del TLC.
En 2013, específicamente, se presentó uno de los paros agrarios más grandes del país (en el gobierno de Juan Manuel Santos), en el que Boyacá, y particularmente la FSI, tuvo un papel fundamental en la organización de los campesinos y en las mesas de negociaciones con el Estado colombiano.
Este paro, cuenta Isaías, empezó en Paipa con una pequeña marcha de campesinos, mientras que en otros lugares como Sogamoso y Tunja se estaban organizando. Para los siguientes días ya se habían vinculado estudiantes, profesores, taxistas, camioneros, productores, comerciantes, entre otros actores. En ese sentido, la FSI y otras organizaciones (ONIC, Fensuagro, COMOSOC, ASOCAMPO, etc.) empezaron a organizarse y crear un comité con un representante por cada grupo de personas; no solo en Paipa, sino en otras ciudades y departamentos, llegando incluso a Villavicencio y Soacha.
Lo que se generó en las siguientes dos semanas fueron bloqueos masivos en las carreteras: hubo bloqueo en las vías de Sogamoso que conectan con los llanos, en las vías del peaje de Sotaquirá; en Paipa y el puente de Boyacá; en Villavicencio; en Soacha, la entrada a Bogotá; entre las más importantes. Esto provocó desabastecimiento de alimentos en muchos lugares del país. Por ejemplo, Bogotá (capital de país), fue uno de los lugares más afectados, donde los camiones no podían pasar y cada vez se hacían más escasos los alimentos, lo que provocó a su vez que los precios de los pocos alimentos que había se incrementaran a gran escala.
Con entusiasmo, Isaías comentaba que, aunque se intentaron frenar las marchas con el ESMAD, primero por tierra y luego de forma aérea con helicópteros, los campesinos no se rindieron y siguieron protestando por sus derechos y afirmaba que “si los campesinos emberracados se levantan, paran el país” (Isaías Rodríguez, 29 de septiembre del 2018). Sin embargo, cuenta luego con desaliento, que muchos campesinos, después de tres semanas, empezaron a retirarse debido a que el Estado empezó a presionarlos y a hacerlos responsables de cualquier fenómeno que se desatara (muertes o incidentes en hospitales por medicamentos, por ejemplo) si no permitían el paso de los productos a las ciudades y municipios.
De esta forma, se dio fin al paro nacional agrario en Colombia en
2013, y se iniciaron las negociaciones con el Estado cuyos acuerdos hasta la
fecha (2018) no han sido cumplidos. No obstante, las compensaciones que obtuvo
la FSI, producto de los acuerdos, se pudieron ejecutar y su proyecto, que
consistía en la producción de papa con semilla nativa para la recuperación de
dichas semillas, está siendo implementado. En dicho
proyecto, comenta Johana, recibieron insumos, kit de manejo de seguridad, una lavadora de papa y abonos sólidos y líquidos.
De esta forma, aunque los campesinos han intentado resistir a las políticas del Estado y se han intentado levantar para defender sus derechos, el abandono y la falta de atención al sector rural no deja de presentarse. La FSI por su parte, ha tenido un gran papel en la ayuda y resistencia de las políticas del Estado. Sin embargo, la apertura económica no deja de afectarlos y su trabajo por y para los campesinos no ha sido reconocido ni ha logrado impactos a grandes escalas. A su vez, la Ley 1562 de 2012 los tiene al borde de una difícil decisión de cerrar la organización que ha ayudado a tantas familias campesinas.
4. Conclusiones y reflexión
Hasta el día de hoy, la FSI ha capacitado alrededor de ochocientas familias de Boyacá y permite que las personas que quieran se vinculen a la fundación y puedan ser capacitadas en su programa de producción agroecológica. Ha logrado que campesinos sean autónomos en la producción para el comercio y consumo de productos agroecológicos, salvando así la biodiversidad y rechazando el mercado de agroquímicos y sus consecuencias.

No obstante, es evidente que las políticas estatales y el mismo abandono del estado han llevado a condiciones precarias a los campesinos de Colombia. Así, aunque es notoria la importancia de los campesinos en la producción de alimentos y el llevar a cabo la seguridad y soberanía alimentaria, el Estado no parece prestar mucha atención al tema. Por el contrario, genera políticas e incumple acuerdos que solo llevan a más crisis y marginación del sector rural.
En consecuencia, la FSI, así como otras organizaciones y grupos de campesinos, intenta aún resistir a las medidas estales y se levantan por la exigencia de sus derechos. Sin embargo, es poco lo que son escuchados y tenidos en cuenta. En la actualidad, la FSI se encuentra en malas condiciones debido a estas políticas que los ponen en desventaja. Ante esto, la fundación piensa cerrar sus puertas, lo que implicaría que los campesinos que se han beneficiado y los que aún podría beneficiarse de esta organización, no tengan la posibilidad de cambiar su forma de producción a una más sana, sostenible y justa.
Al comentar la noticia, Johana, con rabia y tristeza en su mirada, afirmaba que quienes hacían el trabajo duro por un mejor país, son quienes no tienen voz y voto en Colombia. La FSI necesita de 5 millones de pesos para sostenerse, pero no cuentan con recursos para ello. Así mismo, si quieren seguir ayudando, deben cambiar su infraestructura por la Ley 1562 del 2012, lo que también requiere mucho dinero.
Finalmente, personalmente,
considero que es importante reconocer y valorar
que los campesinos tienen un
gran conocimiento en producción y que trabajan duro por abastecer un país cada vez más invadido de alimentos con
transgénicos y agroquímicos. Desafortunadamente, la desigualdad en el acceso y
uso de la tierra en Colombia sigue siendo un problema que no se ha solucionado a pesar de los múltiples
proyectos de reformas agrarias, y se está perdiendo el conocimiento campesino
por el despojo de sus tierras y por la desigualdad de un mercado que solo los lleva a crisis económicas.
Invito a los lectores a difundir información sobre la FSI para que se empiece a generar un consumo responsable con productos agroecológicos, rechazando los productos con químicos; para generar conciencia y empezar a valorar el trabajo de la fundación y el de todos los campesinos del país y para que cada día seamos más los que apoyemos el sector rural y lo defendamos.

Bibliografía
Suárez Montoya, Aurelio (2015). Efectos del TLC Colombia-EE.UU. sobre el agro. Los rostros. Bogotá: Planeta Paz y Oxfam. Págs.: 11-25 y 35-49 y 61-74
Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural MADR (2005). Apuesta Exportadora Agropecuaria 2006 – 2020
Franco, Angélica María e Ignacio De los Ríos (2011). “Reforma agraria en Colombia: evolución histórica del concepto. Hacia un enfoque integral actual”. Cuadernos de Desarrollo Rural 8 (67): 93–119.
Jurado, Claudia e Isaías Tobasura (2012). “Dilema de la juventud en territorios rurales de Colombia: ¿campo o ciudad?”. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud 10 (1): 63-77.
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Grupo Semillas (2013). “Una década sembrando cultivos transgénicos en Colombia”. En Revista Semillas 50: 38-43
http://www.semillas.org.co/es/revista/c onsultar-revista?numero=50
Congreso de la República (2018). Sistema General de Riesgos Laborales. En: Secretaria senado (página web:http://www.secretariasenado.go v.co/senado/basedoc/ley_1562_2012. html)
Purín de fique-cebolla Ingredientes: 1 lb de fique1 lb de cebolla20 lt de agua1 caneca Procedimiento: en la caneca plástica colocar 20lt de agua, aparte macerar la cebolla y agregar a la caneca, macerar el fique en un recipiente teniendo cuidado de que no entre en contacto con la piel, se deja este preparado de un día para otro. Usos: sirve para el control de insectos comederos y chupadores, en plantas pequeñas ½ lt de preparado por 20lt de agua (bomba de espalda), en plantas grandes 1lt por bomba. |
Gutiérrez Escobar, Laura. (en imprenta). “Food Sovereignty and Autonomy”. En Ashis Kothari, Federico Demaria, Alberto Acosta, Ariel Salleh y Arturo Escobar. (Eds.), The Postdevelopment Dictionary. A Guide to the Pluriverse. Londres, Inglaterra: Zed Books.
Caldo sulfocálcico Ingredientes: 1 lb de cal1lb de azufre20 lt de agua1 fogón de leña Procedimiento: ponga a hervir el agua cuidando de mantener constante el nivel del agua, cuando empiece a hervir se agrega lentamente el azufre y la cal, revolver constantemente con un palo de madera, hervir por 45 minutos. El caldo estará listo cuando pase de un color vino tinto a un color amarillo ladrillo. Filtrar y guardar en envases oscuros y sellados, con una cucharada de aceite de cocina, se puede guardar hasta por 3 meses. Usos: para enfermedades en cebolla, frijol, habichuela, utilizar ½ lt de caldo disuelto en 20lt de agua; en frutales para el control de ácaros agregar 2lt de caldo en 8lt de agua; para trips en cebolla, ajo y otros cultivos diluir ¾ de lt en 20lt de agua; nunca fumigar cucurbitáceas con este producto (calabazas, calabacín, pepino de guiso, auyamilla). |
Gordillo, Gustavo y Méndez, Obed. (s.f). Seguridad y soberanía alimentaria. 20 de noviembre del 2018, de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura Sitio web: http://www.fao.org/3/a- ax736s.pdf

Anexo: Recetas de abono orgánico
[Estas recetas son el resultado del trabajo de diversos campesinos que han compartido su conocimiento con miembros de la FSI o han ayudado junto a esta para producir abono orgánico con el objetivo de conservar la tierra y promover la agroecología. Las recetas están publicadas en la Fundación y tengo el permiso de compartirlas con las personas interesadas en esta lucha, para que a su vez las compartan a más personas y así podamos generar conciencia y aportar un grano de arena].
* Estudiante de sexto semestre en antropología y parte del Semillero Rutas del Conflicto Universidad del Rosario .