Por Ana Prada.
En mis jóvenes 28 años, mi vida laboral en contextos rurales comenzó en 2013, era el tercer año de Gobierno de Juan Manuel Santos, segundo año de negociación de los Diálogos de Paz entre el Gobierno Colombiano y la Guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), dos adversarios que se encontraron para dialogar sobre cómo construir un país distinto, y si usted lee el preámbulo del Acuerdo Final va a encontrar algo fascinante: Gobierno y FARC tienen dos visiones completamente distintas sobre los motivos del conflicto armado más duradero de la historia reciente mundial, aún así, fueron capaces de encontrar un camino común para resolver esta situación por vías pacíficas.
«Gobierno y FARC tienen dos visiones completamente distintas sobre los motivos del conflicto armado más duradero de la historia reciente mundial, aún así, fueron capaces de encontrar un camino común para resolver esta situación por vías pacíficas. »
Durante mi vida laboral siempre sentí un panorama esperanzador cuándo iba a visitar territorios rurales me sentí protegida por las comunidades, por los que llamamos líderes sociales, estuve en algunos de los municipios con más minas antipersona del mundo, algunos con presencia de cultivos de uso ilícito, con incursiones paramilitares, hostigamientos guerrilleros, aún así siempre me sentí segura por el cuidado de las comunidades. Aprendí que cuándo en las comunidades te dicen “mejor por acá no venga” uno tiene que hacer caso y se aguanta las ganas un poco. Aprendí a proteger mi vida y la de las personas de los territorios, y eso que me falta mucho por aprender, aprendí a escuchar con el corazón y mirando a los ojos, a no llorar mientras escucho historias conmovedoras a dar un mensaje de esperanza y después buscar apoyo para no ahogarme.
Sin embargo, con la llegada del nuevo régimen de Gobierno tengo que decir en voz alta que muchas veces me invade el miedo, ya no me siento tan segura, creo que esto es lo que mis colegas y las personas que viven en el campo sintieron durante el régimen de la Seguridad Democrática, volvieron los días de hablar en voz baja, de temer por la vida propia y de los que uno ama. Ya ni siquiera los avisos de las comunidades son suficientes, porque el escalonamiento de la violencia se nos salió de las manos.
Aún así, soy consciente de que hablo desde un lugar muy cómodo, cómo egresada de una universidad privada, de la capital, que entre mi talento y el apoyo de muchas personas, también he estado rodeada por la suerte, de nacer en la familia adecuada, en la ciudad adecuada, estudiar en la universidad adecuada, escoger la carrera adecuada. Reconozco que también soy parte del desfile de chalecos que llegan a los territorios, y aún desde mi lugar cómodo me siento en riesgo, imagínese entonces, las personas que viven en el campo aisladas, desprotegidas, sin tener a dónde ir, porque uno no migra por el desplazamiento forzado por gusto, huye porque tiene la esperanza de que vale la pena vivir, huye porque aún en el miedo hay esperanza.
«uno no migra por el desplazamiento forzado por gusto, huye porque tiene la esperanza de que vale la pena vivir, huye porque aún en el miedo hay esperanza. »
En medio de un país tan polarizado, mis palabras de hoy no son académicas (posiblemente jamás lo han sido) no son letradas, lo que sí son es el resultado de una gran preocupación y enamoramiento por mi país, por el orgullo que me da cuándo estoy por fuera de mi tierra de decir que soy colombiana, hablar de nuestra megadiversidad, nuestra música, nuestra comida, nuestros bailes, nuestras montañas, nuestros mares, nuestra amazonia y todo por lo que vale la pena sentirse orgulloso.
El discurso del odio nos ha llevado hasta acá, a un niño de 9 años viendo a su madre ser asesinada por defender una idea, y no es el primer colombiano que pasa por acá, pero, si puede ser el último si todos le metemos la ficha. El discurso del odio no es exclusivo de los uribistas, nosotros los que pensamos distinto también hemos sido parte de este discurso, de legitimar lastimar a otros porque piensan distinto. Durante muchos años hemos vivido en polarización, españoles – criollos, liberales – conservadores, los del sí – los del no.
«El discurso del odio nos ha llevado hasta acá, a un niño de 9 años viendo a su madre ser asesinada por defender una idea, y no es el primer colombiano que pasa por acá, pero, si puede ser el último si todos le metemos la ficha. «
Pienso que hoy, aquí y ahora, nos estamos dando cuenta de que las revoluciones que comienzan con odio solo traen más odio, pienso que no trata ni siquiera del modelo económico, de si somos un país de izquierda o de derecha, si somos socialistas o capitalistas, creo que es más profundo y cercano a nuestro corazón, a nuestro espíritu, si nos encontramos con el otro, el que piensa distinto para construir en la diferencia.
Ingenuamente pensamos en que podríamos construir dos países el del Sí y el del No, crear un muro y jamás volver a ver al que piensa distinto, la verdad es que, en nuestro trabajo, universidad, vereda, barrio aún en nuestra familia podemos encontrarnos con la diferencia, es imposible construir muros. Por el contrario, tenemos que afinar nuestro arnés, nuestros mosquetones, preparar nuestra línea de vida y convertirnos en escaladores, escalar los muros de la indiferencia.
» tenemos que afinar nuestro arnés, nuestros mosquetones, preparar nuestra línea de vida y convertirnos en escaladores, escalar los muros de la indiferencia. «
Quizá sea más constructivo dejar de pensar que “los vagos guerrilleros” nos están dañando la vida, o qué todo lo malo que pasa en Colombia es culpa de los “bárbaros uribistas” y dedicarnos a encontrar lo que nos une, comenzar a construir un discurso distinto, más inclusivo que dignifique la existencia humana.
“El camino no es el debate político, el camino no es la discusión sobre unas leyes, el camino es nosotros, sus muertos, sus desaparecidos, sus mujeres, ese el punto la dignidad de todos nosotros como colombianos.” Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad.