¿Es la defensa de la economía campesina una estrategia de construcción de paz en Colombia y sus regiones?
Aún en el siglo XXI, como lo fuera cerca de doscientos atrás con la obra de Marx y posteriormente con los teóricos de la industrialización, el problema de la continuidad del campesino sigue siendo materia de discusiones en las ciencias sociales y económicas. Precisamente, hace un par de meses el economista inglés James Robinson y el director del Observatorio de Restitución de Tierras Francisco Gutiérrez protagonizaron un candente debate sobre la pertinencia de una reforma agraria para construir paz en Colombia.
Por una parte, Robinson con cierto determinismo económico, en defensa de la tradicional tesis de modernización, argumenta que el campesino en Colombia está mandado a recoger, que este es un efecto natural del desarrollo y su desaparición traerá el progreso del país tal como sucedió en la Inglaterra del siglo XIX. Según Robinson, es irrelevante destinar esfuerzos en apoyar al campesinado y debe promoverse la proletarización del campesino. En contraparte, Gutiérrez defiende la reforma agraria y el apoyo al campesino como estrategia para el desarrollo del país y como condición para la paz en las regiones de Colombia. La postura de Robinson podríamos situarla como una posición anticampesinista y la de Gutiérrez como campesinista.
Esta discusión nos funciona como telón de fondo para presentar el problema que abordamos en esta ocasión y que ha sido el tema de trabajo de la autora durante los tres últimos años. ¿Debe defenderse la economía campesina en Colombia?, y si es así, ¿La defensa de la economía campesina aporta a la paz en Colombia y sus regiones?

Históricamente en Colombia lo campesino se ha construido como un eslabón de poco prestigio. Desde una perspectiva económica la cadena productiva el sector agrícola genera menor valor que sectores más complejos como el industrial o el de servicios, sin embargo, sería una falacia insinuar que alguno de estos tres sectores se ha desarrollado en todo su potencial en la economía nacional. Es acá cuando se hace evidente que lo económico no puede comprenderse separado de lo social, lo político y lo cultural. La falta de voluntad política para integrar a lo agrario en planes de desarrollo pone en una encrucijada a la economía campesina. En el conflicto el campesinado se reinventa, no necesariamente al margen de la modernidad, de hecho el campesino no es un sujeto marginal al curso de sus sociedades, el campesino innova y se reinventa en el marco de sus transformaciones sociales, de manera que sería anacrónico afirmar que el campesino es un sujeto precapitalista o premoderno. Lo que es cierto es que la directa relación con la naturaleza a la que está expuesto el campesino ha favorecido históricamente que el campesino se relacione y se mueva en el mundo de una forma particular, en la que la economía familiar representa un elemento significativo de su vida cotidiana. No obstante, la apertura económica ha resquebrajado seriamente la economía campesina.
«Es comprensible que algunas economías tengan que importar sus alimentos por las condiciones de sus suelos, pero Colombia que tiene una amplia diversidad de cultivos, riqueza de cuencas hidrográficas, de suelos y ecosistemas la soberanía alimentaria debería ser un problema solucionado desde hace años.»
Es comprensible que algunas economías tengan que importar sus alimentos por las condiciones de sus suelos, pero Colombia que tiene una amplia diversidad de cultivos, riqueza de cuencas hidrográficas, de suelos y ecosistemas la soberanía alimentaria debería ser un problema solucionado desde hace años. La minería, la protección de agua, el desplazamiento, la soberanía del territorio son problemas actuales que aquejan al campesinado y al grueso de la sociedad colombiana. Las formas en que se extraen los recursos naturales en el territorio lesionan la productividad de los suelos, encarecen el costo de vida, crean ingresos altamente inestables y riesgosos para los pobladores locales, sin contar los pasivos ambientales que generan. De modo que apoyar la agricultura familiar y la economía campesina mitiga las causas del conflicto armado en Colombia.

Si debe o no seguir existiendo la economía campesina en Colombia depende de la perspectiva desde la cual se aborde este asunto. El campesino y sus formas económicas son representativas en el territorio nacional, representan el 31% de colombianos, es probable que desde una perspectiva económica se privilegie el crecimiento económico por encima de la calidad de vida del grueso de la población, en contraparte los científicos sociales tendemos a considerar que las ciencias sociales y económicas están pasando por un momento de crisis en
“el campesino no es un sujeto marginal al curso de sus sociedades, el campesino innova y se reinventa en el marco de sus transformaciones sociales, de manera que sería anacrónico afirmar que el campesino es un sujeto precapitalista o el que deben replantearse las preguntas y respuestas que estas ofrecen, resolviendo las encrucijadas de los sistemas sociales y naturales.»
El debate sobre la cientificidad de la economía a luz de la ética si bien nos parece provocador trasciende los alcances de este trabajo, no obstante nos limitaremos a afirmar que la ética se hace clave en la reflexión epistemológica de la economía, pero ¿qué tipo de economía?, quizá el pensamiento económico debería retomar sus orígenes junto a las ciencias políticas, la economía querámoslo o no, es un asunto político, si la economía no soluciona las necesidades de los marginados –del sistema social y natural- no está avanzando, solo se reproducirá como lo ha hecho históricamente en defensa de los ganadores. No avanzará.
En cuanto a la economía campesina como estrategia de paz, se trata de equilibrar el crecimiento y demás presiones a las que está expuesta una economía nacional que compite en mercados globales y la garantía de un modelo socio- político y económico incluyente y equitativo, eso es la paz, mitigar las causas estructurales de la violencia.
Proponer programas de seguridad y soberanía alimentaria, protección de cuencas hidrográficas, producción con la menor cantidad de insumos químicos y garantizar una mayor participación y empoderamiento de las comunidades. La paz por la que nos la estamos jugando implica compromiso con acciones, más que palabras y bastante creatividad. Cuando las acciones humanas ponen en riesgo su propia existencia y la de su entorno es imperativo cambiar de certezas.
